No entendía.
Me pregunté muchas veces por qué el cambio de tono, de énfasis.
¿Por qué en tiempos primitivos y mitológicos las señales eran inequívocas?
Inundabas, advertías, enviabas plagas, derribabas murallas, detenías el sol, convertías en sal.
La zarza ardía.
El mensaje era inequívoco. No había forma de entender otra cosa. No había forma de confundir la llamada
Ahora, en estos tiempos incrédulos y escépticos, de distracción constante y atención dividida, de conectividad absoluta y distancia infinita, te has vuelto discreto.
Ahora, que todo clama atención inmediata, Tú aguardas, Tú esperas.
Ahora, que todo es obligación y compromiso, Tú dejas la respuesta a nuestro criterio. Tú invitas.
Ahora, que el ruido interno y externo calla nuestra conciencia, Tu mensaje es sutil.
No entiendo.
No sabía si era una llamada o un producto de mi imaginación y deseo.
No quería entender.
Escucho y cuestiono. Postergo. Relativizo. Trivializo. Encuadro. Teorizo.
Sigo sin entender.
¡Yo quería una zarza ardiente!
Tal vez la zarza ya ardió.
Me aterra pensar que por estar distraído o buscando donde no debía, no la haya visto arder. Que ahora solo queden cenizas humeantes de un llamado lejano. De una pasión pasada.
¡Yo quería una zarza ardiente!
Una señal inequívoca.
Y Tú me mandas atardeceres, amaneceres, sonrisas, llanto, familia, amigos, música, caricias, caídas y vuelos.
Sigo sin entender, pero lo intento. Tal vez no quiero. Tal vez no puedo.
Tal vez no la encuentro por que la busco fuera y no dentro de mí.
Tal vez las señales inequívocas son las señales equivocadas.
Sigo en la búsqueda.
Tal vez la edad, tal vez el cansancio, tal vez las ganas de encontrar algo antes de que sea demasiado tarde, me hacen captar Tu sutileza.
No dejo de buscar, sin embargo, no cambio un amanecer frente a la laguna por una zarza ardiente.