Mírale a los ojos
Desde lo de Caín y Abel ha llovido mucho. Aquello fue la típica historia de envidia y de celos. Que tú tienes más, que lo haces mejor, que te quieren más a ti que a mí; y Caín tiró por la vía de en medio: cargarse a su hermano. Lo que vino después también es conocido de sobra. Dios, indignado le preguntó a Caín que qué había pasado. Algo un poco raro porque si era Dios tendría que saberlo de sobra, pero supongamos que fue una de esas preguntas que quieren dar la oportunidad al mentiroso de salir del agujero en el que se ha mentido, y de abrirle una puerta a la sinceridad. Pero Caín, que ya había hecho el estropicio optó por lo más frecuente: encubrir el mal con más mal. Y así se empieza una espiral que no tiene final. Y Caín dio la respuesta que ha pasado a la historia como el modelo de la insolidaridad: “¿acaso soy el guardián de mi hermano?”. Un poco de razón tenía Caín, porque ni Abel ni nadie merecen tener un vigilante. La libertad es un don tan extraordinario que nadie debería disfrutarla vigilada. Pero la engañifa de Caín no es que no quisiera ser su guardián, que no hacía falta, sino que sí sabía dónde estaba su hermano. Y sobre todo, sabía cómo estaba.
Con el tiempo esta escena la hemos leído como el contraejemplo de nuestra condición humana. Todos somos responsables de todos y no hay causa que justifique la despreocupación. Algo así como que por el hecho de haber nacido en este mundo, y como junto a mí viven muchos seres semejantes, pues todos somos responsables unos de otros. Algo que, en principio parece tener su lógica, y sin embargo el día a día nos demuestra que no es así. En general el mundo se siente poco responsable de lo que sucede en otros lugares. Es verdad que en situaciones de emergencia se producen respuestas, pero el drama es que para muchos millones de personas (más de 800) la emergencia, la carencia más absoluta, es el estado habitual de vivir. Durante algún tiempo se consideró que nuestro bienestar se disfrutaba a costa de lo que a ellos les faltaba y se hablaba de la necesidad de hacer justicia para devolver lo que corresponde a cada uno. Hoy la situación es más dramática, hemos descubierto que podemos vivir sin ellos, o mejor dicho, sin lo suyo. No necesitamos, o necesitamos poco, de lo suyo. Por eso, sencillamente, los excluimos. Los ponemos fuera de nuestros circuitos de bienestar y nos olvidamos de ellos.
La leyenda cuenta que Caín se volvió loco porque no tenía con quien hablar, al matar a su hermano nadie volvió a decir su nombre y terminó por no saber quién era él. Es imposible vivir sin que alguien te diga que existes, que te acepta, que te quiera. Será difícil que este mundo sea diferente si no conocemos a los que como nosotros también quieren vivir. Y cuando conoces a alguien atrévete a mirarle a los ojos y dile: “no me importas”. Y no digas que porque no los conoces entonces pueden sufrir o puedo quedarme, y disfrutar, con lo que es suyo. La pregunta es retórica, si no los conoces es porque no quieres.