¿Qué vale más, el arte o la vida?
Dos integrantes del grupo 'Just Stop Oil' han entrado en la National Gallery de Londres y han arrojado sopa de tomate contra el famoso cuadro de Los girasoles de Van Gogh, para proceder después a pegar sus manos a la pared del museo utilizando para ello pegamento de rápida adhesión. Las autoras han encuadrado el hecho dentro de la serie de protestas ecológicas contra el cambio climático y la explotación de combustibles fósiles en el Reino Unido que el grupo lleva realizando durante los últimos quince días.
Sin embargo, este tipo de actos no pueden llevar el calificativo ni de protesta ni de ecológica. Puesto que, en primer lugar se trata, como mínimo, de un acto vandálico (de hecho la Policía las acusa de daños dolosos y allanamiento agravado). Y, en segundo lugar, la utilización de este tipo de pegamento (de composición nada natural y que genera basura con su envase plástico), deja en evidencia la pretendida intencionalidad ecológica. En realidad, se trata de un suceso destinado a generar escándalo, ruido y polémica, muy en la línea de otros a los que tristemente nos venimos acostumbrando. En definitiva, un incidente que hace un flaco favor al ecologismo.
Como toda protesta que se precie, ha venido acompañada de sus explicaciones reivindicativas. La más provocadora de ellas decía «¿Qué vale más, el arte o la vida? ¿Vale más que la comida? ¿vale más que la justicia? ¿qué nos preocupa más, la protección de una pintura o la protección de nuestro planeta y la gente?» Muy en la línea de la tan manida (y rancia) estrategia de enfrentar a la naturaleza con la cultura, el arte y las humanidades, ya de por sí bastante minusvaloradas en esta época.
Al ver el vídeo y leer las proclamas, junto con la repulsión me vinieron las estrofas de un conocido himno de la Liturgia de las Horas en que reza: «y tú te regocijas, oh Dios, y tú prolongas, en sus pequeñas manos tus manos poderosas; y estáis de cuerpo entero los dos así creando, los dos así velando por las cosas». Y es que, para el creyente no debería existir la dicotomía entre la naturaleza y la cultura. Puesto que, nosotros sabemos y entendemos que Dios prolonga su creación por medio de nuestras manos y nuestra creatividad, que dan lugar a tantísimas obras de arte llenas de belleza capaz de elevarnos. Y, esas mismas manos humanas están llamadas a cuidar la naturaleza que hemos recibido de Dios junto con la cultura producida por los hombres. Sin necesidad de elegir entre una cosa o la otra, y mucho menos, de destruir o dañar para provocar.