Cenas de Navidad
Es parte de la magia de la Navidad. Después de todo un año preocupados por la línea, por poder lucir cuerpo diez en Instagram, los diques de contención parece que se rompen y durante dos semanas todo vale a la hora de comer. Vas enlazando quedada tras quedada, pues hemos llegado al punto de que no sois realmente un grupo –de lo que sea– si no tenéis un momento de comer juntos en Navidad. Tanto que a veces se convierten más en obligación que en ganas de compartir un rato con la gente que tienes alrededor en tu día a día. Más aún si a la comida o cena le sumas un amigo invisible.
Asumimos que es lo que toca, que hay obligaciones sociales por las que hay que pasar y que, si toca aguantar la versión chistosa de ese compañero, el discurso de aquel otro o los interminables cotilleos, no queda más remedio, para 'quedar bien'.
Y es que poco a poco hemos ido convirtiendo la celebración de la Navidad en un quedar bien. Quedar bien e ir a todas las funciones de Navidad habidas y por haber, quedar bien y comprar toda la lotería que te ofrecen, quedar bien quedar bien con la familia y no meter la pata en Nochebuena, quedar bien con los amigos e ir a ese garito que no te apetece en Nochevieja, quedar bien con los regalos en Reyes… Quedar bien por encima de celebrar bien, de sentirte feliz de compartir momentos en torno a la mesa.
Reunirnos en torno a la mesa es algo que va en el ADN del cristiano. No hay casi ninguna celebración que no acompañemos de una comida, una cena… Pero poco a poco en Navidad lo vamos supeditando a un compromiso social, a una obligación, a un mal rato que hay que tragar. Porque sí. Porque si no voy todos van a decir que soy un asocial y que odio la Navidad.
Este dilema de obligación social versus celebración auténtica no se resuelve convirtiéndose en el Quijote contra las cenas de Navidad. Tampoco tragando con todo -literalmente también- y contando los minutos que quedan para poder irme sin que nadie lo note o sin que se note mi incomodidad. Más bien se trataría de encontrarse con ese ADN cristiano que nos late de sentarnos a la mesa para aparcar diferencias, problemas y antipatías. Vivir estos momentos como treguas de lo cotidiano donde descubrir al otro en una nueva faceta, quizás más desconocida. No dejarnos llevar por lo que esperamos encontrar, sino bajar las defensas y compartir la comida, lo que nos une. Capaces de hacer de lo diario algo extraordinario, como hace este Dios que viene a nuestro día a día.