La casita del obispo
Al obispo Franz-Peter Tebartz-van Elst el Papa le ha cantado las cuarenta y ya le ha apartado del gobierno de su diócesis porque se le ha ido la mano con la reforma del palacio episcopal, ya que se ha gastado nada menos que 36 millones de euros. A cualquiera le entra la curiosidad por saber qué habrá hecho con tanto dinero. Y no es cosa solo del papa Francisco, porque Benedicto también tuvo que destituir a algunos, y seguro que los anteriores también.
Todos los cargos de responsabilidad tienen el riesgo de que uno pueda caer en la tentación de usar para el propio interés los recursos comunes: políticos, presidentes de fútbol, directores de empresas, hasta los presidentes de comunidades de vecinos. Y los obispos no se libran de esto. Casi todos en algún momento de nuestra vida hemos tenido, o tendremos, que asumir alguna autoridad. Ya sea como delegados de clase, padres de familia, coordinando o dirigiendo algún equipo en el trabajo. La clave es cómo entendemos la autoridad.
Hace poco leí a un autor –Heifetz– que definía autoridad como el poder conferido para desempeñar un servicio. Ojalá no olvidáramos nunca que ese poder es dado por otros, es decir, que no es nuestro, y que su único fin es servir. Pero como somos humanos necesitaremos mecanismos de control que nos avisen cuando nos equivocamos y buenos amigos que nos tiren de la orejas cuando se nos suban los humos.