Hoy conseguimos las cosas a golpe de ‘click’: tenemos cualquier información en milisegundos; podemos hablar con un amigo en la otra punta del mundo en pocos segundos; si queremos preparar una deliciosa comida (precocinada, eso sí) necesitamos sólo unos minutos; podemos trasladarnos a miles de kilómetros en cuestión de horas y en pocos días nos llega a casa alguno de los infinitos productos que podemos comprar por Internet. Estamos en el tiempo de la inmediatez.

Uno podría pensar que estos avances nos deberían dejar más tiempo para las cosas realmente importantes, pero ¿no parece que es al contrario, que ya no tenemos tiempo para nada? Me da la sensación de que esta aceleración de nuestra sociedad se nos contagia como los bostezos: rápidamente y sin poder evitarlo.

Cuando llegué a vivir a Madrid la primera vez me pareció raro que la gente bajara las escaleras del metro corriendo, si a los cuatro minutos iba a venir otro tren. Ahora cuando voy bajando las escaleras del metro soy yo el que acelera al escuchar el sonido del metro llegando. Y al estar acostumbrados a un mundo en el que todo es tan veloz, cuando algo tarda un poco más de la cuenta nos ponemos nerviosos. Nuestra cultura tiende a hacernos impacientes y queremos que todo esté listo ‘ya’. Con tanta velocidad nos hemos acostumbrado al rápido microondas, pero hay cosas que necesitan ser cocinadas a fuego lento. 

No creo que haya que renunciar a los muchos avances de nuestro tiempo, pero tampoco podemos rendirnos y dejamos llevar dejando que la vida se nos vaya de las manos. Hay una imagen, muy simbólica, que me ayuda a pensar sobre esto. Es la de un tren de alta velocidad, esos que circulan a más de 300 kilómetros por hora. Puedo mirar por la ventana y ver la estela que deja el paisaje al paso del tren, aunque a esa velocidad no me deja percibir los detalles. Pero si cierro los ojos puedo llegar a quedarme plácidamente dormido y olvidar que circulamos a la misma velocidad que los coches de Fórmula 1. 

El reto sería buscar maneras de encontrar esa serenidad en medio de nuestras frenéticas vidas, de taladrar en profundidad nuestra cotidianidad para poder sumirnos en el ritmo tranquilo de Dios; encontrarnos con Él para que sea el centro de nuestra vida y caminar a su lado. Ojala seamos capaces de captar los detalles del paisaje de nuestra vida para descubrir en todo la huella del Señor. Y que aunque vivamos en este mundo en el que todo se mueve tan rápido podamos cerrar los ojos y saber que Él nos lleva de su mano.

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