Como periodista, sé que la concatenación de dos o tres episodios a los que se les pueda encontrar un denominador común sirven para construir una tendencia y presentarla así a la audiencia. La confluencia de diferentes elementos, sin apenas conexión entre sí más que la coincidencia en un corto espacio de tiempo, invita a pensar que estamos en un ‘revival’ de la fe católica entre los más jóvenes. La práctica ha llegado a ser tan exótica que fascina por nueva y desconocida hasta convertirse en ‘mainstream’. Los medios de comunicación son expertos en inaugurar modas… y en clausurarlas. Sin duda, con mucha más premura que las dinámicas internas de los fenómenos en sí que se quieren presentar unidos por un hilo invisible que algún comunicador ha visto antes que nadie: nos pirra la primicia, no se olvide.
Ahora bien, como agente pastoral en mi parroquia, veo que hay una evidente vuelta a la fe en dos grupos de edad muy definidos: adultos en la edad mediana, singularmente entre los varones alrededor de la cincuentena, y jóvenes de toda condición. El auge de movimientos y métodos de evangelización ad hoc así lo indica. Y muchos de esos jóvenes, sin prejuicios acerca de la Iglesia, están llevando de vuelta a sus padres, que sí tuvieron formación religiosa clásica pero se alejaron de la vida sacramental. No tengo que rebuscar mucho alrededor para encontrar ejemplos de lo que digo. Todavía es demasiado incipiente y demasiado débil y su implantación muy desigual en el territorio (Madrid y Andalucía, especialmente Sevilla desde la que escribo, son islas) como para hablar de una ‘recristianización’, pero es evidente que el Espíritu está soplando delante de nuestras narices. Ha prendido una llamita en el páramo de la helada espiritual. ¿Sabremos alimentarla sin ahogar el fuego?
