Un antiguo proverbio chino relata que en una aldea cercana al río vivía una joven hermosa llamada Xi, y todas las muchachas trataban de imitarla. Cierto día, otra joven, al ver a Xi paseando con el cuerpo doblado por el dolor, decidió imitarla sin conocer su sufrimiento. Las demás jóvenes siguieron el ejemplo, y pronto toda la aldea adoptó el andar de Xi.
La autenticidad es una cualidad humana que nos permite diferenciarnos de los demás. Sin embargo, a lo largo de los años, hemos buscado modelos a seguir. Seguimos a cantantes, actores, youtubers, escritores, influencers, entre otros. Imitar gestos no es algo malo, ya que nos ayuda a mejorar actitudes o valores positivos en nuestra vida. Como seres evolucionados, creamos nuestra personalidad y autenticidad al observar lo que otros hacen. El problema radica en cuando no creamos nuestra autenticidad y terminamos creando copias exactas. En las redes sociales encontramos personas que venden vidas que no son reales, y a menudo deseamos vivirlas sin comprender que esto nos puede hacer perder la identidad. Un mundo sin diversidad sería un espacio aburrido, donde no existiría la innovación ni la creatividad.
En el Evangelio, Jesús luchó contra los estereotipos que le deseaban imponer. Muchos fariseos y escribas esperaban un mesías guerrero, una idea que surgió de sus interpretaciones bíblicas a lo largo de los años. Otros esperaban que estuviera sometido a las leyes creadas por ellos con el paso del tiempo. Sin embargo, Jesús les enseñó que sus ideas estaban enfocadas en sus deseos y no en los deseos de Dios. Si Jesús hubiera aceptado la imagen que le fue impuesta, su historia habría sido diferente y los pasajes del Evangelio podrían haber tomado un rumbo distinto. Por eso nos llama a ser auténticos, a abrazar nuestra singularidad y a seguir sus enseñanzas, pero buscando iluminar un camino lleno de amor y comprensión para los demás. «Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad construida sobre un monte. No se enciende una lámpara para meterla en un cajón, sino que se pone en el candelero para que alumbre a todos en la casa» (Mt 5, 14-15).