El matemático David Hilbert propuso una excelente paradoja. Imagina un hotel con una cantidad infinita de habitaciones, todas ocupadas. A pesar de esto, siempre hay espacio para más huéspedes. Si llega un nuevo huésped, se puede mover al huésped de la habitación 1 a la habitación 2, al de la 2 a la 3, y así sucesivamente. De este modo, la habitación 1 queda libre para el nuevo huésped. Sorprendentemente, incluso con infinitas habitaciones y ocupantes, siempre hay espacio para más.

Esta paradoja desafía nuestra comprensión del infinito y de la capacidad. Nos muestra que lo infinito trasciende nuestras limitaciones físicas y mentales. Al igual que el hotel, el amor y la gracia de Dios también son infinitos y siempre tienen espacio para cada uno de nosotros, sin importar cuántos se acerquen.

Pero si trasladamos esta paradoja a nuestra vida nos damos cuenta de que nos topamos con ideas contrarias. Muchas veces nos enfrentamos a limitaciones de tiempo, recursos y atención. A menudo nos sentimos abrumados por el rechazo constante que encontramos en nuestro caminar y como el hotel de la vida siempre está lleno. Sin embargo, podemos encontrar consuelo y esperanza en la naturaleza infinita del amor de Dios.

Jesús, durante su vida pública, mostró una capacidad infinita para amar, perdonar y acoger a todos. Nunca rechazó a nadie que viniera a Él, sin importar cuán grande fuera la multitud. Su amor y compasión no tenían límites, y siempre había espacio para más en su corazón. Él nos invita: «Venid a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo os daré descanso» (Mt 11, 28). Esta invitación refleja la misma esencia de la paradoja del hotel: no importa cuántos acudan a Jesús, siempre hay espacio para uno más. Su gracia es inagotable, y su amor no conoce fronteras.

En un tiempo lleno de tantas luchas y guerras, donde se lastima y rechaza al prójimo por poder o venganza, debemos aprender a amar sin límites y a abrir nuestros corazones de manera infinita. Aunque nuestras capacidades humanas sean finitas, con la ayuda de Dios, podemos aspirar a una vida de amor y servicio que refleje la infinita gracia y compasión de Cristo. En un mundo lleno de limitaciones, esta paradoja nos debe recordar que, en el reino de Dios, siempre hay espacio para uno más.

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