…y de la permanencia, y de la constancia, y del saber quedarse. De todo esto creo que padecemos hoy, yo la primera. Me lo noto. Noto cómo la abundancia de información, las posibilidades de saltar de una pantalla a otra, y la inmediatez y urgencia por querer participar de todo lo que me rodea (redes sociales, buscadores, canales de información, plataformas de streaming…) pasan factura a mi capacidad de atención y, sobre todo, de tener paciencia y continuar.

Toda esta reflexión me vino el otro día cuando leí el siguiente titular: «Nunca he visto entera Lo que el viento se llevó, me da como mucha pereza». Se trataba de una entrevista al fundador de Filmin, una plataforma de cine en línea creada en España. No es que el hombre aborrezca el buen cine. Resulta ser alguien con mucha cultura cinematográfica y cita muy buenos títulos, pero me sorprendió que le diera pereza Lo que el viento se llevó. Sobre todo porque…¡yo adoro esta película! He perdido la cuenta del número de veces que la he visto. Hay diálogos que podría recitar de memoria…

Que conste que nadie está obligado a que le guste Lo que el viento se llevó, pero me pregunto cuántas cosas hermosas nos estaremos perdiendo porque nos parecen fatigosas, largas y de metas lejanas, y no nos apetece invertir tiempo y paciencia en ellas. Hoy son tiempos de buscadores de internet que te dan una respuesta rápida y detallada. Se acabaron los tiempos de biblioteca, donde una iba a hacer un trabajo y tenía que pasarse horas consultando un libro tras otro, seleccionando textos de aquí y de allá para luego configurar todo un discurso que pueda ajustarse a la tarea enviada.

Esos «tiempos de biblioteca» en la vida cotidiana son las búsquedas que requieren su espera, sus curvas, sus «perderse para luego encontrarse», su cansancio (a veces aburrimiento), pero también su aprendizaje. Y en esos tiempos de biblioteca es importante permanecer para poder encontrar las respuestas. No cualquiera que nos deje a medias, o que caduque en un corto plazo de tiempo. Hablo de las respuestas verdaderas a las grandes cuestiones, a esas «largas películas» que nos montamos en nuestras cabezas y que, en el fondo, son el reflejo de las miles de preguntas, temores e inquietudes que nos revuelven por dentro.

Entre tanto consejo de hoy en día que invita a soltar, una vez leí que también es necesario agarrar, mantenerse. En realidad, no sé cuál sería postura correcta. Supongo que a veces es bueno y necesario soltar, y que otras veces lo conveniente es quedarse. En esto, como en las cosas importantes de la vida, requiere un buen discernimiento y, para discernir, hacen falta tiempo y paciencia (¡volvemos a lo del principio!).

Como alguna vez he escrito, cada vez que reflexiono acerca de estas cosas de la paciencia frente a las prisas, siempre me vienen a la cabeza esos 30 años de puro anonimato de Jesús en Nazaret. ¿Qué hizo? ¿A qué se dedicó? ¿Qué pensaría? ¿Qué rezaría? ¿Qué esperaría, y por qué esperar tanto tiempo? Siempre será un misterio para mí, pero también siempre ha sido y es una lección: que el tiempo de Dios no es el tiempo de los hombres y mujeres de este mundo. Es otro tiempo, otro ritmo. Y ahí solo queda confiar.

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