Todos conocemos a personas que nos resultan difíciles. Los motivos pueden ser de lo más dispares: que habla demasiado, que casi no habla, que sus ideas son irracionales, que es un frívolo, un maleducado o un pesado…incluso puede haber cosas totalmente subjetivas que hacen que cojamos manía a gente que no ha hecho nada malo. Parece que está en la naturaleza humana que haya personas con las que sintamos más afinidad que con otras.
Una palabra que arroja luz a esta aparentemente difícil obra de misericordia es sobrellevar. El diccionario de la RAE la define como llevar a cuestas una carga para aliviar a otra persona. Sobrellevarse mutuamente, que dice San Pablo, no significa ser amigo de todo el mundo, ni mucho menos. Lo que sí significa es asumir que todos llevamos cargas, algunos más pesadas que otros, que en algún momento necesitamos que alguien comparta con nosotros y nos ayude a seguir el camino.
Dicen que era Platón el que invitaba a ser amable con todo el mundo, porque todos estamos librando una gran batalla en nuestro interior. De esa batalla, surgen los defectos y las posibles molestias a los demás. Identificar en nosotros esa batalla nos hace ver a los demás con otros ojos, pues muchas veces, esas batallas no son culpa de nadie sino consecuencia de las circunstancias, más o menos duras, por las que ha pasado una persona.
Y siempre debe hacerse con paciencia. La paciencia, como decía Santa Teresa, todo lo alcanza. En el caso de los defectos de los demás, nos ayuda a descubrir que, muchas veces, la persona no va a cambiar eso que tanto nos molesta. La caridad cristiana nos anima a no desesperar, y a ver los defectos de esa persona con los mismos ojos con los que los ve Dios.