Amancio Ortega acaba de donar 320 millones de euros para luchar contra el cáncer en España. Sin duda una cantidad para nada desdeñable que aliviará las cuentas de muchos consejeros de sanidad en España e indiscutiblemente ayudará a miles de personas a ganar esta batalla. ¿Un simple gesto o una gran donación?  Algunos quedarán admirados por la cantidad de dinero y todo el bien que se puede hacer por luchar con uno de los grandes retos de nuestro siglo. A la vez podemos pensar que esa cantidad no le supone mucho y que mantendrá su puesto en la lista Forbes y que este detalle formará parte de un plan estratégico de lavado de imagen. Quizás en la misma línea se puede opinar que más valdría mejorar la situación de sus empleados en condiciones laborales más que discutibles.

Muchas son las formas de catalogar o posicionarse ante esta y otras muchas  donaciones, pero no podemos olvidar que muchos colegios, hospitales y entidades sin ánimo de lucro comenzaron y funcionan por gente así. Personas que con distintas motivaciones, que van desde la superstición y el “postureo” hasta la solidaridad más encarnada, quieren poner su grano de arena.  El peligro está en olvidar muchos detalles tan lícitos como evangélicos porque no llegan a verse o no proceden de quienes lo esperamos. Y ahí está el gran donante pero también la anciana pobre que ofrece la vuelta de la compra al sintecho de la esquina.

Ojalá seamos capaces de valorar todos los detalles de generosidad en nuestra sociedad, sin poner cortapisas a la buena voluntad y al deseo de cambiar el mundo y no limitarnos a juzgar a la persona, por buena o mala que nos pueda parecer. Es verdad que no todo vale, y hay formas mucho mejores que otras, pero Dios se aprovecha de muchos caminos para ayudar y nosotros no somos quienes para obviarlos, por muy ricas o muy pobres que sean sus herramientas. Y sobre todo, Dios tiene el derecho a rompernos los esquemas a través de quién menos no lo esperamos.

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