Llevamos toda la Navidad escuchando cómo en algunos lugares de nuestra geografía la cabalgata de Reyes vendrá acompañada de elementos novedosos. Gracias a ayuntamientos ingeniosos y a la prensa ávida de noticias -y, por qué no, ciudadanos necesitados de temas de conversación- se oyen propuestas como las “Reinas Magas”, los villancicos laicos, el Baltasar blanco o negro y las cabalgatas sin camellos. Propuestas todas ellas que más que acercarse a una sociedad justa y respetuosa tienen en común huir de todo aquello que huele a tradición y a cristianismo.
No creo que el sentido de la Navidad cambie por el origen natural o artificial de la tez de Baltasar o por quién haya bajo el vestido y la barba del Melchor, tampoco por la presencia o no de animales en la cabalgata. Quizás el problema está en la eterna ceguera que afecta a algunas personas y que les impide ver el significado de los símbolos. No poder -o no querer- ver más allá hace que cada símbolo público sea un campo de batalla donde imponer la propia voluntad. No se puede disfrazar de justicia, de respeto y de igualdad lo que en el fondo es política, sectarismo y resentimiento, sea del signo político que sea.
Hace unos años preparé junto a un grupo de universitarios una celebración de Reyes en una cárcel. Dos de sus majestades eran mujeres, no se debía nombrar la palabra camello y los regalos estaban envueltos en papel de periódico. Creo que todos los que allí estuvimos, presos y universitarios, pudimos encontrar el verdadero sentido en todo aquello. Ojalá que en nuestra vida sepamos, como aquello magos de Oriente, ver más allá de nuestros ojos y descubrir qué es lo importante de la vida y que cada Navidad tenemos la ocasión de celebrar.