«Alegre, satisfecho» es la primera acepción de la palabra contento según el Diccionario de la RAE. ¿Quién no prefiere la alegría y la satisfacción a sus contrarios, la tristeza y la insatisfacción? El problema es que «estar contento» se convierte a menudo en el principal o incluso único criterio para decidir. Detrás de esta frase que escuchamos y que incluso podemos decir tantas veces se esconde una manera insuficiente de vivir la vida cristiana. No es que sea falsa, sino que es incompleta. Algunos lo han llamado «herejía emocional».
El contexto en el que surge esta sentencia tan de nuestro tiempo es el de las decisiones y elecciones, de las más cotidianas y cambiantes a las más existenciales y definitivas.
Esta tarde me voy a dormir una siesta de dos horas.
Si tú estás contento…
Este verano iré a hacer voluntariado a Calcuta.
Si tú estás contento…
Mira, he tenido un pequeño problema con Carmen y lo vamos a dejar.
Si tú estás contento…
¿No has pensado que hay otros factores más importantes que el mero contento personal a la hora de tomar una decisión?
Oye, pues si no tienes otros compromisos y puedes, ánimo, descansar es bueno.
¿Has pensado que el viaje a Calcuta para «hacer voluntariado» puede suponerle a tu familia un esfuerzo económico grande?
Es una posibilidad, pero quizá podéis hablar y asumir los problemas como una oportunidad para crecer juntos.
La alegría cristiana, la verdadera alegría y contento fruto del seguimiento de Jesús en cualquier circunstancia de nuestra vida, se acrisola en la entrega hasta el final. Una entrega que, miremos al Maestro, a veces duele (y mucho). Pero sólo cuando se ha atravesado la prueba con una firmeza que puede no estar exenta de dudas nace la verdadera alegría (eso es la Pascua). Entonces estar contento, que suele ser más parecido a la paz que a la euforia, pasa de ser criterio a sello de nuestro acierto. Y entonces sí, estar contentos, cómo no, es importante.