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    Las apariencias engañan (y ocultan oro)

    Últimamente he tenido contacto con varias personas sufriendo más de la cuenta por no poder mantener su apariencia: apariencia de éxito o de eficacia, de inteligencia o de fuerza, apariencias de salud perfecta o de eterna juventud, apariencias de familia, trabajo o economía 'ideales', apariencias hasta de generosidad 'cristiana' o de supuesta eficacia por el evangelio… Los que les rodeamos también valoramos demasiado la apariencia y –casi sin querer– les reforzamos que lo que no aparenta mucho, no vale nada. Aumentamos aún más su sufrimiento.

    Estas cosas escuchadas y vividas recientemente me han hecho sentir que las 'apariencias' son como unas garras que nos atrapan bastante más de lo que creemos. No poder sostenerlas nos hace sufrir de modo innecesario. Rehacerlas parece lo único importante para uno mismo y para tantos que alrededor viven –vivimos– de esas apariencias. Con esta tendencia, se frenan procesos preciosos de crecimiento y honestidad personal solo por sostener una fachada más aparente. Sin embargo, nos podemos ayudar unos a otros a librarnos de esas garras de las apariencias aunque –finalmente– quizá solo un encuentro más definitivo con el Señor Jesús nos podrá rescatar del todo.

    Contemplemos a Jesús en esa escena en el Templo frente al arca de las ofrendas para dejarnos encontrar por Él (Mc 12, 38-44). Ve a los que aparentan mucho y necesitan exhibir una generosidad muy insignificante para ellos –porque son ricos y les sobra– pero muy ruidosa. Pero fija su atención en alguien más silencioso, menos aparente: en una viuda pobre que hace su ofrenda de unas escasas monedas que son todo lo que tenía para vivir. Se fija en una generosidad silenciosa –tan en silencio que parece que solo Él la ve– y quita valor a las grandes apariencias vacías –aunque hagan mucho ruido–.

    Coincide que a alguna de esas personas que sufren mucho por un fracaso en las apariencias, las conozco en profundidad y creo que su grandeza y lo que valen de verdad es mucho más que lo que han aparentado o querido aparentar. Como dice el refrán, en ellos «las apariencias engañan» pero no para ocultar algo malo sino una bondad más humana y auténtica, un fondo generoso mucho más genuino y verdadero. Creo que necesitan –como yo necesito– encontrarse con Alguien que valore lo que no se ve, lo que está más escondido, pero que tiene un brillo enorme.

    Detrás de tanto aparentar puede surgir algo verdadero, auténtico… El fracaso de las apariencias no se resuelve reconstruyéndolas por cualquier medio, ni refugiándose solo en cuidarse a uno mismo, ni racaneando para asegurar la propia comodidad. En el fondo, solo una confianza y una entrega como la de esa viuda pobre del evangelio nos salva y salva a este mundo de falsas apariencias. «No es oro todo lo que reluce» pero la generosidad total y silenciosa de tantos como ella, brilla y vale mucho más que el oro. Y si nos dejamos rescatar de las garras destructivas de las apariencias, brillará también en ti y en mí.

    Nacho Boné, sj
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