A finales de enero -los días 24, 25, 26- voy a festejar con otros colegas y amigos el Jubileo de la Comunicación y lo haré en mi doble condición de sacerdote y periodista. Muchas veces en mi ya largo recorrido vital me han preguntado cómo es posible conciliar actividades en principio tan dispares y mi respuesta ha sido siempre la misma: no hay tal disparidad porque en el fondo de lo que se trata es de difundir noticias, dar a conocer a otras personas informaciones que les resulten útiles para su vida; el sacerdote trasmite con su palabra, con sus escritos y sobre todo con su compromiso personal la Buena Nueva, la gran noticia de la encarnación de Dios y el periodista, siendo cristiano, tiene que comunicar todos los avatares de la vida humana, individual y colectiva, desde esa perspectiva de redención, con rebanadas de esperanza y de confianza en la bondad innata del ser humano.
Los días romanos van a ser, por otra parte, ocasión para encontrarnos, para intercambiar experiencias y vivencias, para consolidar relaciones y, sobre todo, para comunicarnos los unos a los otros la alegría de participar en esa gran tarea de fraternizar a la familia humana hoy tan lacerada por conflictos y guerras absurdas y crueles. Ningún periodista y mucho menos ningún sacerdote puede abdicar de ese compromiso de sembrar luz donde reinan las tinieblas, de abrir caminos donde están sepultados por las avalanchas de las “falsas” noticias y de los juegos de intereses. Esa tarea no es siempre fácil pero es posible: sólo es necesaria una cierta audacia y, como dice Francisco, una relativa inconsciencia.