¿Quién no ha sido Tomás en algún momento de su vida? ¿Quién no ha intentado medir y probar a Dios? Lo cierto es que, este pasaje de la resurrección podría hacernos pensar que quizás Tomás no era el más entregado o el más fiel a su Maestro.

Sin embargo, un poco antes, en el Evangelio se relata la intención de Jesús de ir a Betania a resucitar a Lázaro, poniéndose así en peligro. Todos los apóstoles consideraban que era muy arriesgado, que ponían en riesgo su vida. Por lo tanto valentía y fidelidad no le faltaban a Tomás, que no le importaba morir en el intento de acompañar a Jesús.

Esto me lleva a pensar que lo que quizás sí faltó no estaba sólo en él, sino en los discípulos que pudieron ver a Jesús resucitado. Les faltó esa fuerza al transmitir el mensaje, entusiasmo alegría desbordante en sus caras, esperanza, salvación. ¿Por qué si no Tomás hubiera dudado? Puede que efectivamente tuviera una crisis de fe como nos ocurre a todos, pero quizás sus compañeros no mostraran con suficiente alegría esta buena nueva.

Por tanto, es necesario expresar esta alegría de la resurrección de un modo sencillo y sincero. Que nuestros gestos, actitudes y nuestra manera de vivir expresen de tal manera que Jesús vive y reina, que las personas que tengamos enfrente no duden ni por un segundo que Jesús ha resucitado y está vivo ahora y siempre, esperando a que le abramos las puertas de nuestro corazón.

Ojalá que esta alegría se reflejara de tal modo en nosotros que, si Tomás estuviera entre nosotros y le contásemos que Cristo ha resucitado, nos creyese, no tanto por pruebas empíricas o racionamientos, sino por el brillo en nuestros ojos, y la alegría, la paz y la esperanza de nuestro rostro.

 

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