Exposición del Santísimo y canto
Las luces de la corona de Adviento se van encendiendo poco a poco. El camino en el desierto que lleva hacia la Navidad se va iluminando. Se vislumbra ya la promesa firme que parecía lejana y desdibujada en medio de la niebla. Vamos distinguiendo su contorno y su forma, sintiendo su calor, su latir y su luz. Después de varios domingos escuchando a los profetas, y al último de ellos: San Juan el Bautista, hoy ponemos nuestro foco en la sencilla pareja en la que se criará el Salvador. La liturgia del Adviento nos invita así a centrarnos y a recordar que Dios, el grande e inmenso que nada ni nadie puede abarcar ni contener, se hace tan pequeño como para habitar en el vientre de una Virgen primero, y en un sencillo hogar después. Parece que todo quisiera invitarnos a hacer en esta tarde un sencillo y profundo acto de fe para afirmar con el corazón aquello que tanto cuesta a nuestros sentidos: que Jesucristo, el Señor, el Dios de los Cielos que se encarnó en Belén para salvarnos, está hoy aquí en este sencillo trozo de pan consagrado que adoramos. Que este altar es hoy también Belén y Calvario, donde se actualizan los misterios y se cumplen las promesas que Dios hizo al pueblo de Israel, y también las que hace a nuestras vidas.
Canto
Del Evangelio según San Mateo, 1, 18-24
La generación de Jesucristo fue de esta manera: María, su madre, estaba desposada con José y, antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo. José, su esposo, como era justo y no quería difamarla, decidió repudiarla en privado. Pero, apenas había tomado esta resolución, se le apareció en sueños un ángel del Señor que le dijo: «José, hijo de David, no temas acoger a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados». Todo esto sucedió para que se cumpliese lo que habla dicho el Señor por medio del profeta: «Mirad: la virgen concebirá y dará a luz un hijo y le pondrán por nombre Emmanuel, que significa “Dios-con-nosotros”». Cuando José se despertó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y acogió a su mujer.
José siente miedo al ver que todos sus planes se han desbaratado. Ama profundamente a María, está enamorado de ella, pero duda. Duda de que aquello que esté diciendo sea verdad. ¿Cómo va a ser madre por obra del Espíritu Santo? Lo único que sabe es que ese hijo que todavía no se advierte en su vientre, no es obra suya. No puede creer que María le haya engañado. Es una mujer muy buena, es incapaz de hacer algo así. ¿Qué ha pasado? ¿Le habrán hecho daño? ¿Alguien se habrá aprovechado de ella? Pero, recuerda sus ojos al darle la noticia: desprendían paz y luz. No había en ellos tristeza o trauma, aunque sí algo de impresión o miedo. Le da vueltas y vueltas a las cosas y, por eso decide que lo mejor que puede hacer es apartarse. Le cuesta creer que ese niño sea obra de Dios, y también confiar en María. Pero la ama con todo su corazón y por eso no quiere hacerle daño. Enamorado como está prefiere sufrir él antes que ella. Por eso piensa en secreto que lo mejor es que él desaparezca. Huir de noche y recomenzar su vida lejos, para que cuando los demás se enteren de la noticia, María pueda ser foco de compasión y no de desprecio y condena.
Canto
Es de noche y José no puede dormir. Da vueltas y vueltas pidiéndole un signo al Señor, pero Dios calla. Cuando el cansancio le hace caer rendido y empezar a soñar, siente en su interior la presencia de un ángel que le dice “no temas”. Son las mismas palabras que María le había referido al contarle como supo que estaba embarazada. “Viene del Espíritu Santo”, igual que esta paz profunda que ahora siente, después de días y días de desazón. Esa paz y esa calma que le hacen experimentar que esta experiencia es mucho más verdadera que todos esos miedos e inquietudes que le están atormentando y le han hecho tomar una decisión que no es la voluntad de Dios. “Acógela”, no la abandones, porque ella es la mujer de tu vida, pero también la esperanza de la humanidad. Entiende que su vida ha cambiado radicalmente, aunque a ojos de los demás (e incluso de los suyos) parezca seguir siendo la misma. “Dios-con-nosotros”: Dios en medio de su futuro matrimonio: de una manera física y espiritual. Entiende entonces que Dios no hacía silencio, sino que gritaba aunque él no fuera capaz de escuchar. Sus oídos interiores se abren entonces y se da cuenta de que, delante de sus narices estaba ese signo que le pedía a Dios. Mientras él pensaba en huir, se estaba cumpliendo la promesa que Dios transmitió por el profeta Isaías a sus antepasados: “Escucha, casa de David: ¿No os basta cansar a los hombres, que cansáis incluso a mi Dios? Pues el Señor, por su cuenta, os dará un signo. Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel”
Canto, bendición reserva y canto a María



