Exposición del Santísimo y canto

Un día más Señor venimos buscando tu presencia en medio del ritmo tantas veces trepidante de nuestra vida. Una presencia que es muchas veces difícil de encontrar, puesto que compite con otras muchas llamadas e invitaciones que experimentamos de un modo consciente e inconsciente en medio de nuestra vida. Precisamente hoy en el Evangelio nos vas a mostrar cómo dos de tus discípulos más queridos también sufrieron esa confusión que a nosotros nos impide encontrarnos plenamente contigo. También tuvieron que ir depurando poco a poco la imagen que tenían de ti, y los deseos que anidaban en su corazón. Por eso, en este rato de adoración te pedimos que nos muestres quién eres. Que tu luz ilumine con fuerza nuestra vida. Y que así, poco a poco, podamos ir orientando todo lo que somos, todo lo que tenemos y todo lo que deseamos, hacia ti.

Canto

Del evangelio según san Marcos 10, 35-45

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir». Les preguntó:
«¿Qué queréis que haga por vosotros?». Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda». Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?». Contestaron: «Podemos». Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado». Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, llamándolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos».

Uno a tu derecha y el otro a tu izquierda. Es algo que nos obsesiona. Tener un buen puesto. Estar en un lugar desde el que podamos sentirnos importantes. Demostrar a los demás que valemos, que tenemos una red de relaciones potentes. Sentirnos no sólo con poder o con capacidad económica, sino también con poder para decirnos a nosotros mismos que no hemos fracasado en la vida, sino que nos ha ido bien, que hemos logrado nuestros objetivos y aprovechado nuestras oportunidades. La tentación de Santiago y Juan es también la nuestra. La de confundir la religión con un espacio en el que sentirnos bien. Donde suplir nuestras carencias personales. Un lugar donde hacer cosas para decirnos a nosotros mismos y a los demás que valemos para algo, que somos buenos o imprescindibles. Y, en ocasiones también un espacio para decirle al Señor lo afortunado que es por tenernos a su lado y contar con nuestra ayuda. Y, frente a todo esto, tú Jesús nos descubres que el puesto a tu derecha y a tu izquierda ya está reservado. Y no es para aquellos que lo merecen, sino más bien para aquellos que se arrodillan con humildad, reconociendo su poquedad ante Dios, y se abajan ante los hermanos para hacerse sus servidores. Señor, en este momento en que estamos de rodillas ante ti, ayúdanos a saber vivir humildemente arrodillados, sin buscar otro puesto ni dignidad que la de estar a tus pies y a los de los hermanos.

Canto

El cáliz que yo voy a beber lo beberéis. En esta noche Señor, ante tu presencia en la Eucaristía, memorial de tu Pasión, recordamos cómo tú bebiste el cáliz del sufrimiento y de la entrega por amor a nosotros. Ese mismo cáliz que se eleva cada día en la Eucaristía junto con la forma consagrada, es aquel del que tú le hablabas a tu Padre en el huerto de Getsemaní. Un cáliz de amargura, que a la vez es la puerta de la salvación. El cáliz de la alianza nueva y eterna, que perdona nuestros pecados y nos hace libres. Señor, nos atraen los primeros puestos, pero, pese a lo que digamos, lo cierto es que en el fondo nos repele ese cáliz que nos has dicho que vamos a beber. Porque sabemos que ser cristianos implica siempre algo de renuncia e incomprensión. A la vez que conlleva una fuerte lucha con nuestro yo, hasta el punto de llegar a morir a nosotros mismos. Pero éste es el único camino para llegar a situarnos, no tanto a tu izquierda o a tu derecha, sino a tus pies. Para poder seguirte en la lucha que libera a este mundo de sus ataduras, e ir intuyendo el triunfo del que un día participaremos plenamente contigo. El cáliz en el que te haces presente Señor cada día en la Eucaristía, nos muestra el modo de seguirte en la pena, para poder después participar contigo en la Gloria.

Canto, bendición reserva y canto a María

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