Exposición del Santísimo y canto

Señor Jesús, en medio de este itinerario Cuaresmal vengo aquí, a esta iglesia, ante tu presencia, con la misma confianza con la que el Hijo Pródigo volvió a la casa de su padre, porque sabía que era su propia casa. Quiero pasar tiempo contigo, escuchar tu palabra, bendecirte y alabarte, darte gracias y dejar que tu presencia ilumine mi vida y cambie mi corazón, tantas veces endurecido y distraído por estímulos y caminos equivocados. En esta noche, ante este sacramento, quiero pedirte que me ayudes a recordar y sentir siempre que mi verdadera casa no está por los caminos por los que me pierdo, sino que está en todos aquellos lugares y situaciones en los que tú me esperas. Que sepa encontrarte vivo, fuerte y elocuente, como te siento aquí, en medio de las circunstancias de mi vida. Que la fuerza de lo que aquí vivo y siento, me ayude a vivir desde la certeza de que no hay lugar en el que no pueda encontrarte, puesto que tú estás siempre esperando que vuelva a buscarte.

Canto

Del Evangelio según san Lucas, 15, 1-3, 11-32

En aquel tiempo, solían acercarse a Jesús todos los publicanos y pecadores a escucharlo. Y los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: «Ese acoge a los pecadores y come con ellos». Jesús les dijo esta parábola: «Un hombre tenía dos hijos; el menor de ellos dijo a su padre: “Padre, dame la parte que me toca de la fortuna”. El padre les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente. Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad. Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba nada. Recapacitando entonces, se dijo: “Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me levantaré, me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros». Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos. Su hijo le dijo: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo”. Pero el padre dijo a sus criados: “Sacad enseguida la mejor túnica y vestídsela; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y sacrificadlo; comamos y celebremos un banquete, porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Y empezaron a celebrar el banquete. Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Este le contestó: “Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha sacrificado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud”. Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo. Entonces él respondió a su padre: “Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; en cambio, cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado”. El padre le dijo: “Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero era preciso celebrar un banquete y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”».

Desde lejos Señor esperas mi vuelta a casa cuando me sabes perdido por caminos que me encierran y hacen daño. No me obligas ni me fuerzas a volver, pero no me olvidas ni me das por perdido. Te preocupan mis decisiones y mi sufrimiento, aunque respetes la libertad que por amor has querido darme. Pero esto no quita para que pases noches en vela, preocupado por lo que estoy haciendo, por si estoy errando, por si estoy sufriendo. Cada día miras hacia la puerta de casa esperando volver a verme entrar por ella. Después, alargas tu mirada hacia el horizonte, queriendo intuirme llegar desde el punto más lejano. No crees a esas voces derrotistas que te dicen que te he olvidado, que no volveré, o que ya no vivo. Tú sigues creyendo en mí porque me amas. Y así me esperas, contra toda esperanza, porque confías en mí más que yo mismo, y sabes que acabaré encontrando el camino a esa casa donde todo se perdona, porque mucho se ama. Gracias Señor por esperarme, gracias por encender en mi corazón deseos de volver, aunque nazcan del malestar de mis opciones, gracias por recordarme que en tu casa nadie pasa hambre, gracias por hacerme experimentar que sigo siendo tu hijo, porque tú no te cansas ni reniegas de ser mi Padre.

Canto

No te importa perderte la fiesta, la música y los bailes cuando sabes que la envidia me tiene enfadado, triste y decepcionado. Sales de casa para invitarme, pero sobre todo para escucharme y dejar que vuelque sobre ti mi enfado reprimido durante años, esa amargura con la que he ido envenenando no solo mi trabajo, sino mi vida y mi propia felicidad. También a mi me abrazas, porque sabes que, pese a que viva junto a ti, a que comparta techo y mesa contigo, me he ido alejando poco a poco de tu amor, convirtiéndome en un desconocido. Sales, me escuchas y me abrazas, y al estrecharme entre tus brazos me recuerdas que no vivo en un mundo de huérfanos y enemigos, sino que habito en la casa de un padre que nos hace a todos hermanos. Gracias Señor por romper el mundo de dolor y amargura en el que me encierro entre obligaciones, expectativas, catastrofismo y derrotismo. Gracias por darme el antídoto que necesito para curarme del veneno de la envidia y la murmuración de las que me he alimentado y abusado. Gracias por deshacer la caricatura victimista en la que, como mi hermano, malvivo. Gracias por hacerme volver a casa, a esa casa de la que nunca he salido, pero en la que desde hace años no he vivido. Gracias por hacerme experimentar que sigo siendo tu hijo, porque tú no te cansas ni reniegas de ser mi Padre.

Canto, bendición reserva y canto a María

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