Exposición del Santísimo y canto

Señor, este Domingo de Ramos el Evangelio nos narra tu entrada a Jerusalén. Todos celebraban tu entrada sin conocer el porqué de tu llegada. Solo Tú podías saber lo que se acercaba: la hora en la cual te ibas a entregar al Padre por nosotros. Ibas a darte por completo para darnos una nueva oportunidad, para salvarnos del pecado.

Se acercaba el final de tu vida, aquella que empezó con el «sí» de la Virgen María y que terminará con tu «sí» a cumplir la voluntad de Dios.

Enséñanos a decir «sí», a decirte «sí». Haznos ver cuántas veces, en la vida, te negamos como Pedro, pese al amor que queremos tenerte. Ayúdanos a reconocer en qué partes de nuestra vida tenemos que decirte «sí», a dejar que entres en nuestro corazón como entraste en Jerusalén.

Canto

Del Evangelio según San Lucas 19, 28-40

En aquel tiempo, Jesús caminaba delante de sus discípulos, subiendo hacia Jerusalén. Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos discípulos, diciéndoles: «Id a la aldea de enfrente: al entrar en ella, encontraréis un pollino atado, que nadie ha montado todavía. Desatadlo y traedlo. Y si alguien os pregunta: «¿Por qué lo desatáis?», le diréis así: «El Señor lo necesita»». Fueron, pues, los enviados y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el pollino, los dueños les dijeron: «¿Por qué desatáis el pollino?». Ellos dijeron: «El Señor lo necesita». Se lo llevaron a Jesús, y, después de poner sus mantos sobre el pollino, ayudaron a Jesús a montar sobre él. Mientras él iba avanzando, extendían sus mantos por el camino. Y, cuando se acercaba ya a la bajada del monte de los Olivos, la multitud de los discípulos, llenos de alegría, comenzaron a alabar a Dios a grandes voces por todos los milagros que habían visto, diciendo: «¡Bendito el rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas». Algunos fariseos de entre la gente le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos». Y respondiendo, dijo: «Os digo que, si estos callan, gritarán las piedras».

Todos gritando de gozo a tu entrada pero Señor ¿qué sentirías Tú? ¿Qué se te estaría pasando por la cabeza?

Nosotros también celebramos la llegada de la Semana Santa, la vuelta a casa, las vacaciones… pero todo muy lejos de sentir lo que Tú sentiste.

La pasión nos tiene que hacer conscientes de que nos entregaste hasta la última parte de Ti. Sufriste siendo hombre, pero de una forma inhumana, por darnos la mayor gracia que un padre podría dar a sus hijos: la oportunidad de llegar al Cielo.
Cargaste con esa cruz exclusivamente por amor. Ese fue tu modo de vivir, de amar, amar el sufrimiento, el cual era terreno sagrado para Ti, amar los márgenes donde no había nadie y no dejar a nadie olvidado allí. Tu cruz es el camino, tu cruz es el modo de vida que nos propones.

Ayúdame hoy a decir «sí» a la cruz, a darme cuenta de que mucha gente te seguía y te veía en la subida al Calvario, pero solo unos pocos eligieron estar a los pies de la cruz. Señor, yo no quiero verte de lejos, quiero acercarme y postrarme de rodillas bajo tu cruz esta Semana Santa y en mi vida.

Canto

La cruz y la pasión las elegiste libremente. El camino al Calvario, cada paso, cada latigazo, era por acercarnos un poco más al amor. En tu sufrimiento se medía el amor que Dios nos tiene, un amor que llega a sacrificar a su Hijo para salvarnos. Este acto de amor tan grande se nos revela en la pasión de Jesús, donde se muestra un Dios que sufre por nuestros pecados, sufre cada vez que nos alejamos de Él, pero en vez de castigarnos, pone la otra mejilla y hace de nuestros pecados una cruz que quiere que carguemos con Él.

La sabiduría de la cruz es mirarla y darnos cuenta de que nuestros pecados son las heridas del corazón de Jesús, un corazón que se dejó herir para así poder darnos su amor y que entremos en Él por sus heridas.

La pasión del Señor es el modo en el que Jesús nos amó y nos pide que le sigamos. Aceptar y conocer su pasión es una responsabilidad en cuanto a nuestra forma de vivir y hacernos conscientes de que la vocación cristiana es hacerse débil y pequeño para cargar con las cruces del mundo.

Canto, bendición, reserva y canto a María

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