De los que son como ellos

Exposición del Santísimo y canto

Señor Jesús, un día más nos congregas en tu presencia para orar. Te pedimos que nos ayudes a abrir nuestra memoria, nuestro entendimiento y nuestra voluntad para que puedas llenarlos de ti. Que en este rato que estamos ante ti, presente en la eucaristía, seamos como una esponja que, puesta debajo de un grifo, va poco a poco empapándose, sin hacer ruido, sin hacer nada. Pero que, después, ha cambiado ligeramente de color, pesa más, y, sobre todo, rocía con el agua del que está llena todo aquel lugar por el que pasa. Que nuestra vida de oración, Señor, sea así. Un espacio en el que no venimos a hacer nada, sino más bien a dejarnos hacer y llenar por ti. Un momento que nos hace cambiar, sin dejar de ser los mismos. Un tiempo que nos llena y nos prepara para poder refrescar con tu vida todo nuestro entorno.

Canto

Del Evangelio según san Marcos 10, 2-16:

En aquel tiempo, acercándose unos fariseos, preguntaban a Jesús para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?». Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?». Contestaron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla». Jesús les dijo: «Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre». En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio». Acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él». Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.

Al contemplarte Señor rodeado de niños que ríen, juegan y molestan a tus discípulos, se despiertan en mi dos sentimientos. Por un lado, el deseo de ser como un niño, de vivir la vida con sencillez y apertura a la novedad, con espontaneidad, con asombro y con todas esas características que tiene la inocencia de los más pequeños. Pero, por el otro, me doy cuenta de que la vida, con sus heridas y desilusiones, me ha ido poco a poco metiendo dentro del “mundo de los adultos”, con un hiperrealismo que ciega o atenúa mi espontaneidad, mi actitud hacia la novedad, o mi confianza en los demás. No nos pides, Jesús, que seamos unos inmaduros en la vida, ni que vivamos de un modo irresponsable. Sino que más bien nos invitas a volver a creer en todas aquellas cosas de las que nos protegemos por miedo a volver a sufrir. A abrirnos a la novedad que supone pensar que no todo está perdido, que no todo el mundo mira por su interés, que las personas no buscan aprovecharse de los demás. A confiar en que hay realidades que son posibles, no solo en el Cielo, sino aquí en la tierra. En definitiva, a vivir con fe en que, para ti, Señor, no hay nada imposible. Y que, el hombre que confía más en ti que en sus fuerzas, puede vivir y hacer cosas verdaderamente grandes.

Canto

Por eso nos dices que quien no reciba el Reino de Dios como un niño no entrará en Él. Porque sólo aquellos que tengan la valentía de volver a intentar aquello que un día les hizo sufrir, podrán comprender lo que es tu Reino. Sólo quien decida ir más allá de sus propias experiencias negativas, y confiar en que las personas pueden hacer las cosas bien, pese a que en ocasiones le hayan defraudado, vivirá la novedad del Evangelio. Sólo quien se atreva a trascender sus propios sentimientos y sus propias fuerzas para perdonar de corazón, sin medir al prójimo por aquello que una vez hizo, sino volviendo a verle como aquella persona que era antes de cometer el mal, sabrá lo que significa que Dios reina. Sólo aquel que se atreva a creer que Dios es más fuerte que las guerras, la injusticia, la secularización y la increencia, podrá ver los brotes de ese Reino que está en nuestro mundo. Sólo aquel que se atreva a volver a ver la vida como una novedad, y no como una carga repetitiva, entrará en tu Reino. ¡Venga a nosotros tu Reino Señor!

Canto, bendición reserva y canto a María

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