Hasta hace un año la videoconferencia era para gente «importante». Rara era la ocasión en la que habíamos tenido la oportunidad de tener reuniones largas y decisivas ante el ordenador. Estábamos más acostumbrados a Skype, las videollamadas y todavía las hacíamos con el asombro de estar conectando con los lejanos. Ese amigo de Erasmus, el familiar que estaba trabajando fuera… Un año después somos expertos. Zoom, del que pocos habían oído hablar es casi el pan nuestro de cada día. Y las distintas plataformas universitarias nos resultan más familiares que el pasillo, la cafetería y las aulas.
Hemos aprendido mucho en este año sobre el cuidar lo que puede verse por detrás nuestro. Pero parece que nos hemos preocupado un poco menos de lo que teníamos delante. Y nos está cansando. Sentirnos observados y observarnos a nosotros mismos constantemente nos cansa más que tener que hacer un viaje largo para asistir a la reunión que toque. En el artículo que enlazo nos ponen una imagen que me parece muy adecuada: «es parecido a que un asistente nos siga durante ocho horas de jornada laboral cargando un espejo en el que vemos nuestra cara mientras trabajamos».
Esto nos enseña lo cansado que es estar mirándose constantemente. Tener el interés y las fuerzas puestas en mostrar una imagen socialmente adecuada, también en nuestra casa, donde se supone que podemos aflojar el botón de la camisa, quitarnos los zapatos y andar con la comodidad que solo nos regala la intimidad de nuestro hogar. Ahora también en nuestra casa nos sentimos observados. Y nosotros mismos pasamos mucho tiempo observándonos en ese recuadrito pequeño, atentos a los pequeños gestos que se nos escapan, a sonreír y poner cara seria cuando toca.
Esto nos cansa porque no estamos hechos para mirarnos. Porque enseguida nos agotamos de tener una mirada centrada en nosotros mismos. Y si usar Zoom nos ayuda a verlo con claridad, bendito sea. Ayer probé a desactivar mi propia imagen en un par de reuniones (sí, se puede hacer) y quizás parezca una tontería, pero noté la diferencia al acabar. Estaba menos agotado, me sentía más relajado. Quizás porque no había estado en la tensión constante de dar buena imagen… que es lo que realmente nos agota. En Zoom, en redes, y en la vida cotidiana.
Puede ser uno de los buenos aprendizajes de este tiempo pandémico. Levantar la mirada de nosotros mismos, estar más pendiente del otro, no con la intención de dar buena imagen, sino de prestarle atención en lo que necesita. Cuidar más al otro que a nuestro reflejo, en definitiva.