Cuando volvía de compras un día de la semana pasada, pasé por el lado de unas personas que iban conversando, y me llamó profundamente la atención su diálogo, sobre todo el siguiente dicho de uno de ellos: «El otro día el autobús iba al máximo de capacidad. Son de aquellas veces en las cuáles no queda otra opción que mirar a la cara a quién va a tu lado. No puedes no verlo ¡si está encima de uno!»
…«No queda otra opción»…
Las palabras de esta persona resonaban con cierta aversión, y temor, sobre su destinatario; mientras seguían caminando tan campante por la transitada avenida. En mí resonaban a rechazo…
Me duele la falta de aceptación. Me mantiene en tensión la poca tolerancia que tenemos a los demás; la falta de amabilidad; esa parálisis a la hora de descolocarnos de nuestro propio confort y, confortarnos al compartir nuestro tiempo, vida y espacio con los demás.
Resulta imposible hoy –al parecer– perderse en las miradas de otros. Rehuimos tantas veces; tantas palabras que se dicen y tienen que hacer un esfuerzo para llegar al otro. Y a veces, hace falta solo un gesto, esa mirada que siempre estamos soslayando.
Al terminar ese día me preguntaba: «¿por qué temer a que otros(as) descubran el mundo que hay tras mis ojos?»
Aún me da vueltas este asunto de las miradas, pues creo que es una actitud que hoy más que nunca engendra una enorme esperanza. La sorpresa es grande, cuando en este juego de ver al otro a los ojos, encuentro en aquellos espejos nutridos de luz, mi imagen, mi vida… ¡Soy yo en el otro, y el otro en mí!
Una cierta nota de nostalgia se instala en el corazón, al recordar la conversación de aquellas personas en la calle, y tantas otras soledades que se instalan a nuestro alrededor por no mirarnos, por no encontrarnos.
Jesús insistía siempre a sus discípulos, «miren mis manos y mis pies, soy Yo mismo» (Lc 24, 39). La invitación es a sentirse vivo(a), al encontrarse con la vida del otro. Las miradas cómplices y cercanas con las gentes que nos rodean, serán el medio para creer en esa promesa de un Dios que nos dice: «Yo estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo» (Mt 20, 28). Así, la mirada de tantas mujeres y hombres en nuestro día a día, se convierte en una mirada que nos regala libertad, dignidad, amor… Reflejo de un Dios que nos resucita en las miradas.