Lo que está pasando en España con Ocho apellidos vascos, que durante semanas ha ido aumentando de recaudación gracias a que la gente anima a otra gente, revela muchas cosas. En primer lugar, revela que, pese a la carga polémica que tiene el cine español –cuando se mete en berenjenales políticos, se arroga ideológicamente el título de ‘señores de la cultura’ y se dedica a hacer películas que no interesan mucho, unas por ideológicas y otras por aburridas– la gente, que es mucho más lista que eso, elige lo que va a ver. La campaña mediática de Lo imposible fue poderosa hace dos años, y muchos podrían atribuir a ella el éxito de dicha película. Con Ocho apellidos… no ocurre lo mismo. Por supuesto que hay publicidad, pero no mucha más que en otras películas españolas que pasan por las carteleras sin pena ni gloria. Pero resulta que es una comedia simpática, con buenas dosis de mala uva que, sin embargo, no se convierte en una descalificación grosera y burda de quienes no piensan como uno. Quizás los que peor parados salen son todo el mundo abertxale, ridiculizado hasta el extremo. Y ahí entra la dimensión trasgresora del humor. La capacidad para reírte de lo absurdo. Sin que eso signifique no tomar en serio un problema y una realidad –como es y ha sido el terrorismo de ETA– que ha dejado muchas víctimas. Y, sin embargo, qué elemento catártico, poder exclamar, en forma de carcajadas: «Eres ridículo».
Te ríes. Te ríes mucho, con bromas que solo entiende alguien que esté un poco al día. Magistral Carmen Machi despidiéndose en la puerta de su casa «Hasta mañana, corazones…», carcajada general en el cine. Y como esa, muchas. Y hay ganas de reírse, en un cine, y con otros. Que demasiada bronca llevamos encima.
Luego está el hecho diferencial. En Ocho apellidos… los protagonistas son o vascos o andaluces. Y en ambos casos se juega, sin el menor pudor, con los topicazos. Que si cortes de pelo, que si chiquitos o vino fino, que si ikastolas y frontones, que si tablao flamenquito, que unos son pijos hasta la médula y otros solo se quitan el chándal para las grandes ocasiones… ¿Es esa la descripción de la realidad vasca y andaluza? Seguro que no, pero la caricatura divierte y entretiene. A mí hasta me ha dado un poco de envidia, pensando cómo me gustaría una versión con protagonistas asturianos, y que nos tomasen el pelo con la sidra, la rivalidad de Oviedo y Gijón, la Virgen de Covadonga, y hablando de les vaques y la tierrina. Reírse de uno mismo es muy saludable.
Pero, por detrás de eso, hay también un canto bienintencionado sobre la unidad y la diferencia, sobre lo absurdo de algunos excesos, y sobre la paz posible. A algunos ese discurso les escocerá. Y, sin embargo, creo que refleja algo que siente mucha gente, cansada de que problemas y muros imaginarios se conviertan en prioridad, cuando las prioridades, en un mundo como el nuestro, deberían ser otras.