Entre un Dios lejano, sereno, impasible, intocable, y un Dios que siente, llora, ríe, sufre y quiere… sinceramente creo más en el segundo. Jesús revela emociones profundas, y eso se ve de un modo muy claro en su relación con la gente. A veces le vemos indignado o herido. Otras veces, en cambio, lo descubrimos riendo, a gusto, rodeado de los suyos. Percibimos confianza en sus relaciones con la familia de Lázaro; ternura cuando Juan recuesta su cabeza en el pecho de Jesús, en una cena de amigos; amistad ofrecida a unos y otros.
- Pedir a Dios aprender a vivir la amistad como Jesús: de un modo al tiempo profundo y libre; entregado pero sin cadenas.
- Pedir a Dios aprender a dirigirme a Él como a un amigo. Sabiendo que es una amistad distinta, tal vez extraña, no siempre fácil y en ocasiones muy silenciosa. Y, sin embargo, real.
- Tal vez desde el intento de imaginar a Jesús en su relación con los suyos pueda tratar de aprender a vivir mis propias relaciones con otros; para ganar en libertad, en gratuidad, en confianza, en alegría, en espontaneidad.
El clamor
Alguna vez, andando por la vida,
por piedad, por amor,
como se da una fuente, sin reservas,
yo di mi corazón.
Y dije al que pasaba, sin malicia,
y quizá con fervor:
–Obedezco a la ley que nos gobierna:
He dado el corazón.
Y tan pronto lo dije, como un eco
ya se corrió la voz:
–Ved la mala mujer esa que pasa:
Ha dado el corazón.
De boca en boca, sobre los tejados,
rodaba este clamor:
–¡Echadle piedras, eh, sobre la cara;
ha dado el corazón!
Ya está sangrando, sí, la cara mía,
pero no de rubor,
que me vuelvo a los hombres y repito:
¡He dado el corazón!
(Alfonsina Storni)