Antes de etiquetar

«Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.» (Gal 3,28)

Antes que etiquetar muy pronto y marcar diferencias: macho o hembra, de aquí o de allí, blanco o negro, doctor o iletrado,  heterosexual o gay, rico o pobre, mío u otro, es fundamental mirar a los rostros, a las vidas, a la gente, y decir: humano, como yo; persona, con un corazón que, como el mío, late y siente, busca y ríe, y a veces llora. También sueña en sus noches, y anhela en sus horas de vigilia. También se equivoca y acierta (no todo al tiempo). También, a su manera, revela a Dios, nuestro padre. También tiene sed, de sentido, de un Absoluto que abraza, de amor y palabra. Por eso, antes de etiquetar, descálzate ante el otro, que el terreno que pisas es terreno sagrado. 

Puedo dedicar un rato a intentar percibir así, desde esa humanidad profunda, a “los otros” de mi vida.

- Los otros cercanos (a quienes tal vez conozco y quiero)

- Los otros más lejanos, cuyas vidas se tocan con  las mías, por trabajo, por tiempo, por casualidad…

- También a los otros a quienes normalmente percibo como diferentes (tal vez con  un poco de miedo, o de rechazo)

 

Hombre

 

Soy hombre, he nacido,

tengo piel y esperanza.

Yo exijo, por lo tanto,

que me dejen usarlas.

No soy dios: soy un hombre

(como decir un alga).

Pero exijo calor en mis raíces,

almuerzo en mis entrañas.

no pido eternidades

llenas de estrellas blancas.

Pido ternura, cena,

silencio, pan y casa...

Soy hombre, es decir,

animal con palabras.

Y exijo, por lo tanto,

que me dejen usarlas.

 

Jorge Debravo