En tiempos de dolores y de un mundo fragmentado, urge cuidar y defender la alegría. A toda costa, y sin ahorrar ningún esfuerzo para que la alegría se propague por doquier.

Por momentos parece que la alegría se nos escapara entre las manos, como se escurre el agua. Qué duro es cuando nos abriga la tristeza, el desanimo y el sinsabor. Muchos son los profetas de las tristeza: noticias, estadísticas, gobiernos enemistados, suicidios, la III Guerra Mundial, nuevas pobrezas y exclusiones. ¡Cuánto ruido hacen el mal y la tristeza! Claro, a veces nos hundimos, como en agujeros negros, en tristezas silenciosas, camufladas de buenas razones y del peso del monótono día a día.

Entonces, tendremos que armarnos de verdad y del optimismo realista que aprendemos de Jesús. Sí, verdad, porque sabemos que la fuerza de gravedad de nuestra existencia no ha sido ni serán las tristezas. Así, contaremos las estrellas y respiraremos nuevo entusiasmo sin importar cuán agitada sea la vorágine de nuestros afanes cotidianos. Ser profetas de la alegría es ir contracorriente, combatir tanta pesadumbre y caras largas, apasionarnos cada día más y hacer lío. La profecía se funda en la capacidad de denunciar lo que no funciona de acuerdo a la música del reinado de Dios, ahora bien, necesitamos del discernimiento para enterarnos de dónde está surgiendo la alegría nueva querida por el Señor. Es preciso ver el mundo desde la mirada de Dios y así irradiar gozo como el sol inunda el día.

Te has preguntado, ¿dónde están tus fuentes de alegría? ¿cuándo vibra tu piel, se llena la mirada de brillo y las entrañas se encienden?

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