«Felices más que los que dan, los que se dan ellos mismos, con la sencillez de saber que era lo que tenían que hacer.
Feliz si abres el bolsillo sin miedo, asomándote, sin gafas oscuras, al corazón de la miseria, no para tranquilizar tu conciencia, sino para meterte en la piel arrugada por el hambre y la enfermedad, y das.
Feliz si tu profesión te sirve para sorprenderte con el cambio de notas musicales en el corazón y el espíritu de los que acuden a ella.
Feliz si te tiras de bruces en el mar de los olvidados, de los marginados, de los pobres…
Felices los que al dar lo más rico de sí mismos, se reconocen pobres, limitados, impotentes, necesitados del otro y de los otros en la ayuda. Felices los que al dar se ven necesitados como el que más del Dios de la vida. Felices los que confían, esperan en Dios y en los que caminan con uno»
Francisco Girón, Lo que mis ojos han visto