Sí, soy gay, soy cristiano, participo de una comunidad de jóvenes e intento poder vivir una vida evangélica. Seguramente tú, joven –o no tan joven– que lees esto estarás pensando que no hay nada extraordinario en ello. De hecho durante estos días te estás preguntando que si es necesaria tanta celebración-manifestación cada año en esta fecha. Para mí, que he nacido en una generación donde la homosexualidad está muy aceptada a veces también se me olvidan esos motivos, sin embargo, ahí están… muchos son personales y dicen mucho de mi vida:
– Martin tiene pluma, aún de vez en cuando hay quien le grita por la calle «maricón».
– Vicente siempre se calla en el trabajo cuando hablan de parejas, teme no ascender en su puesto si se enteran de que es gay.
– Rosa y Ana son las catequistas más jóvenes de su parroquia, muchos se preguntan qué harían sin su vitalidad. «Nada tienen de especial» sin embargo… siguen sin darse la mano.
– Juan quería ser religioso consagrado, pero le dijeron que en su vida había demasiado compromiso visible con la comunidad LGTB.
– Mis motivos: cuando me han dicho que formar una familia es demasiado contracultural, que mejor piense en ser laico comprometido en la Iglesia. Cuando juzgan tu afectividad como si fuera la de un adolescente, equilibrada pero inestable o sin posibilidad de crecer y madurar. Cuando miran solo el sufrimiento que puede conllevar crecer como homosexual… etc. Mientras haya motivos de discriminación en cualquier lugar del planeta, habrá que manifestarse. El colorido, los disfraces y las plumas no son más que parte de un lenguaje de alegría de quien quiere amar sin tapujos, de quien quiere crecer sin límites, de quien quiere vivir una profunda libertad.
Seguirán las manifestaciones de la alegría y el orgullo para que algún día, pueda firmar este artículo sin ningún miedo.
Un cristiano homosexual más