Paseando por las calles de mi ciudad
al caer la tarde
voy cayendo en la cuenta de qué manera
has estado presente hoy y sigues estando
hasta que el sueño se apodere de mí.
Vivir de esta manera es un regalo.
Todo lo cambia.
Porque en todo y todos veo
tu rostro y tu llamada.
Tu grito y tu caricia.
Gracias, Señor, por cuidarme
con tus manos que trabajan por mi cada día.
¡Cuánto has hecho hoy por mí!
tus manos, manos firmes y desgastadas,
pero que me sostienen con fuerza,
ternura y confianza,
me hacen sentir en paz.
Gracias por haberme acariciado hoy a
través de la brisa que me llegaba por las calles,
cuando más me cuesta apostar
por algo que me suponía un reto.
Ahí estás.
Solo tú.
Invitándome a ser manos
y ser caricia para los demás.
Cristina Culiáñez