Tú, Jesús humilde,
nunca me has dicho:
Humíllate ante mí,
dobla la cabeza,
el corazón, la vida,
y esparce sobre tu rostro
luto y ceniza.
Tú me propones:
Levanta la mirada,
y acoge la dignidad de hijo
en toda tu estatura.
Humíllate conmigo
y vive en plenitud.
Bajemos juntos
a la hondura sin sol
de todos los abismos,
para transformar
los fantasmas en presencia
y los espantos en apuesta.
Únete a mi descenso
en el vértigo y el gozo
de perdernos juntos
en el porvenir de todos
sin ser un orgulloso inversor
de éxitos seguros.