Dios soñado

Nos vamos arrastrando

penosamente. Mudos. Sobre el Tiempo.

Nos pesa acaso el cuerpo. El barro endurecido.

La gravedad que gira

por sobre el corazón…

 

Es entonces

cuando a nosotros llegan afiladas

palabras que agudizan nuestra bruma

-porque el temor confunde, pero jamás conmueve-, 

palabras que se clavan en las fibras

de la carne vencida.

 

Palabras

de justicia divina, que se yerguen

implacablemente

frente a nosotros. Derribados. Mínimos.

 

Yo prefiero soñarte más humano

con un trozo de barro -nuestra carne podrida-

entre tus manos

y escuchar tus palabras. Las tuyas de verdad

-las que a mí me dirías si me tropezaras-:

«Es que acaso, con esto, puede hacerse otra cosa»,

mientras se va posando

la ternura infinita de tus ojos

sobre tanta miseria.

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