«Acuérdate de Jesucristo,
resucitado de entre los muertos…
(Me acuerdo muy bien de El.
A todas horas.
Me acuerdo de El, buscándolo;
sintiéndome buscado por sus ojos gloriosamente humanos).
«En él, nuestras penas…»
(La soledad innata, donde crezco
como un tallo de menta.
El complejo indecible que me envuelve
las raíces del alma más profundas,
abiertas sólo a Dios, como al océano…
La durísima cruz de esta esperanza
donde cuelgo seguro y desgarrado.
La infinita ternura que me abrasa
como un viejo rescoldo
de montañas nativas.
La impaciencia sin citas y sin puertos…
«En El, nuestra Paz…»
(La Paz pedida siempre.
La Paz nunca lograda.
La extraña Paz divina que me lleva
como un barco crujiente y jubiloso.
La Paz que doy, sangrándome de ella,
como una densa leche).
«¡En El, la Esperanza, y en El la Salvación!»
(…Y entretanto celebro su Memoria,
a noche abierta, cada día…).