Seguramente, muchos de nosotros vivimos la fe en una comunidad. Unos llevamos ya un tiempo en ella. Igual esa perspectiva “hacia dentro” no nos permite levantar la mirada con más frecuencia: hay personas que no están tan dentro, que se acercan puntualmente a una eucaristía o a una charla abierta. Las hay incluso que no han llegado a dar ese paso, no han entrado. ¿Las hemos visto? ¿Las reconoceríamos dentro de la comunidad? ¿Nos basta tal y como son? Y, sobre todo, ¿por qué no terminan de dar más pasos?
Uno de los motivos tal vez se encuentre en el seno de nuestros propios grupos. Podemos ser muy exigentes y moralistas con ellas. Sin formularlo explícitamente, puede que les pida ser como yo: comprometido, cumplidor de las normas y de lo que se espera; al menos, dispuesto a hacerlo.
Me dirijo a ti, que estás en la comunidad, para que sepas acoger la llamada de esas personas sin pretender nada más. Dios seguirá haciendo camino con ellas. No ha de importarte cómo piensan, de dónde vienen, qué situación de vida llevan ni de quién se han enamorado. Tú ya haces camino, pero estas personas necesitan tan sólo saber que en la comunidad nadie las juzga y todos las aceptan como son. Necesitan estar siendo lo que son.
Ahora anímate tú y dirígete a alguna de estas personas con tu estar, tu mirada, tu palabra. Y dile que “seas quien seas y como seas, esta es tu casa, acércate”.