Cuando dos personas conectan desde la entraña, se teje entre ellas un vínculo muy profundo para mantenerlas íntimamente unidas. Esto ya sucedió en Ain Karem. En la casa del encuentro, María e Isabel hablan a corazón abierto del Dios que las habita. Se encuentran y se admiran, unidas por ese hilo que teje su ser al reconocerse bendecidas por Dios.
En ese lugar de intimidad y cercanía se cuentan esa pasión de sentirse amadas que están viviendo intensamente. Dios irrumpe en sus vidas sencillas. La grandeza de las etiquetas gloriosas se quedará en nada porque lo más grande es esa experiencia cotidiana que las dos están compartiendo en ese vínculo de profunda amistad. Una amistad que va más allá de simples lazos sanguíneos. Gracias a esta conexión entre ellas, la conversación no es insustancial. Abordan como confidentes toda su intimidad preñada de Dios, su sorpresa, su impresión por tanto regalo, sus risas emocionadas…
¿Estamos dispuestos a dejar nacer a Dios en nuestras vidas? ¿Cómo sería nuestra sorpresa al encontrarnos con Él en medio de la rutina? ¿Cómo vivimos esa experiencia? ¿Cuánta pasión despierta en ti? ¿A qué persona irías a contarle esta vivencia?
¿Cómo se desarrollaría en concreto esta conversación tan íntima entre María e Isabel? Nosotros lo hemos imaginado.
Hoy soy feliz, Isabel; he sentido a Dios en mí.
En mi entrega cotidiana me ha hecho digna
cuando nunca lo creí.
Estoy encinta, ¡ven aquí!
He descubierto a Dios desde la intimidad,
el Dios de los nuestros me ha venido a visitar.
No buscó a los que se ensalzan,
ni a los que les sobra el pan.
Este Dios vino a mi casa y hoy en la tuya está.
¡Grande eres tú, María! Mi alegría está en tu entraña.
Desde ahora mi hogar se convierte en un templo,
nuestro vientre en encuentro.
¡Mi niña del gran proyecto!
Confiaste sin recelo y noches sin dormir.
Te pusiste en salida y Dios te trajo aquí.
Te dirán Estrella, Pura, Trono de Sabiduría,
Reina, Madre, pero siempre,
siempre serás mi amiga.