Celebramos el 8 marzo (Día Internacional de la Mujer), y nuevamente las mujeres nos recordamos y recordamos al mundo nuestro derecho a la igualdad. A lo largo de la Historia, muchas mujeres han sido silenciadas y ocultadas a pesar del relevante papel que han desempeñado en diferentes campos, dejando un impagable legado para todos. Pero hoy me apetece recordar a otras mujeres: las que están padeciendo la terrible guerra en Ucrania.

Frente al papel que se les ha dado a los hombres –y a muchas mujeres– (el de defender a su nación como soldados), sobre otras muchas mujeres cae otro rol no menos importante y, por otra parte, nada nuevo para ellas: el del cuidado y el sostenimiento de la familia. A ellas les toca coger otro tipo de estrategia más relacionada con la fortaleza del corazón, esa que es a prueba de todo tipo de balas. Una fortaleza alimentada por el deseo de protección de los suyos y la férrea voluntad de sacarlos de un lugar asolado por la destrucción.

Mujeres que se han armado de valor para despedirse de sus parejas y, con el corazón roto, han emprendido el camino del exilio de la mano de sus hijos como si aún los llevaran en sus vientres (porque, en el fondo, los hijos nunca salimos del todo del vientre de nuestras madres), protegiéndolos, buscando proporcionarles el calor de un hogar que ahora queda tan lejos de casa.

Mujeres que, por otra parte, han decidido permanecer en su país porque ha prevalecido en ellas la opción de quedarse para cuidar a quienes no tienen la capacidad para salir de allí. Estas mujeres que, con la generosidad y el desprendimiento que solo el amor sabe otorgar, han dejado marchar a hijos, desgarradas por el dolor de tener que separarse de ellos.

Mujeres que han parido entre bombas, trayendo en forma de bebés una ternura y esperanza que ahora nos parecen imposibles. Madres y abuelas que arropan a sus bebés, les acunan entre mantas y les alimentan, aunque la muerte les esté rondando.

Mujeres que salen a la calle a manifestarse contra la guerra, especialmente mujeres rusas que han desoído al miedo y se han atrevido a gritar contra quienes ahora solo ven en la violencia la manera de satisfacer sus ansias de poder.

Mujeres que acogen en las fronteras a quienes vienen huyendo de la muerte y la pobreza; que rezan; que hacen de madres de hijos que no son suyos; que recogen alimentos, ropa y medicamentos para enviar; que luchan por la protección y el fomento de la vida, aunque sea a distancia.

En este día en el que recordamos que mujeres y hombres somos iguales ante la ley y las costumbres; en los sueldos y en las relaciones; en los roles fuera y dentro del hogar, no olvidemos el papel que, con el permiso de los hombres, hemos sido expertas en cultivar a lo largo de la Historia: el de procurar la ternura, el cuidado de los nuestros, la dedicación hasta la extenuación, el abrazo cálido al que siempre se puede volver. Todo inspiradas (muchas sin saberlo) por María de Nazaret, mujer valiente que practicó siempre el «estar con amor», fueran cuales fueran las circunstancias. Y también inspiradas por ese Dios-madre que vela, espera y recibe sin más deseo que el de hacernos saber que su amor es infinito.

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