Durante las últimas semanas, estamos siendo testigos de una situación recurrente y dramática que, año tras año, se repite en las fronteras europeas: el número de personas que las cruzan ha aumentado considerablemente.
La mayoría de ellas son alentados por la desesperación y, a la vez, incitados por la esperanza de encontrar un futuro que les permita desarrollarse. Sin embargo, en muchas ocasiones, estas personas y estas situaciones son utilizadas como armas políticas, reduciendo sus vidas a simples medios para obtener un puñado de votos.
Esta realidad exige una respuesta sólida, sin medias tintas, que sea compasiva, justa y solidaria por parte de todos los sectores de la sociedad. No permite quedarse de brazos cruzados, pues cada una de estas personas trae consigo una historia única, con necesidades, esperanzas y objetivos diferentes. Es esencial tratarlas con la humanidad que merecen, reconociendo que detrás de cada rostro hay un ser humano con sueños, deseos y el anhelo de mejorar su vida.
Para abordar esta situación debemos dejar a un lado los prejuicios, ya que el miedo a lo «desconocido» o los estigmas asociados con acciones que algunos puedan cometer, pueden llevarnos a generalizar injustamente y, por tanto, errar nuestro en juicio.
El desafío es grande, sin duda, pero tenemos la responsabilidad de construir espacios abiertos y acogedores, donde la dignidad humana sea el centro de toda acción y decisión. Solo así podremos ofrecer a estas personas la oportunidad de desarrollarse plenamente, contribuyendo a la riqueza de nuestras comunidades y a un futuro más justo y solidario para todos.
Foto: @borjasuarez_gc