Es indudable que a muchos de nosotros nos preocupa el fenómeno de la secularización. En ella, curiosamente, estamos, nos movemos y hasta existimos. Lo vemos en nuestros colegios, en nuestras familias y también en nosotros mismos -porque es algo también interno-. Y aunque veamos muchas dificultades -yo al menos lo veo así-, debemos de reconocer que no adelantamos mucho quejándonos constantemente de ella. Debemos, asumir, por suerte o por desgracia, que es la época que nos ha tocado vivir. Y cada día tiene su afán, y sus cosas buenas, no lo olvidemos.

Sin embargo, aunque veamos las dificultades de este tiempo y nos cueste descubrirlo a priori, no podemos negar que Dios sigue actuando en el mundo. Que está presente y que su obra de salvación sigue realizándose. En ocasiones a través de modos y maneras insospechados. Y que en algunos casos diríamos que, desde nuestro humilde punto de vista, curiosas, pero es así. Y es que Dios no deja de sorprendernos, porque no deja de actuar en todas las cosas.

Quizás por eso no podemos negar la necesidad -al menos a nivel pedagógico- de tener elementos sagrados en nuestra realidad, porque si no podemos olvidarnos de su presencia salvadora, tanto nosotros como el mundo. Como los colores y escudos en un estadio para recordamos dónde estamos y a quién debemos animar. Es decir, necesitamos elementos que nos ayuden a reconocer su presencia aquí como referencia, en medio de nosotros. De lo contrario, unos cuantos seremos conscientes y el resto no tanto, y nos desorientaremos fácilmente, porque lo visible es la puerta de lo invisible.

No olvidemos que lo nuestro es comunicar una Buena Noticia a toda la creación, porque la salvación es para todos, todos y todos. Ojalá no olvidemos que Dios sigue actuando, aunque a veces nos cueste verlo. 

Te puede interesar