Ayer el mundo se levantó con una constatación de que nadie es profeta en su tierra. No sólo no han escuchado al Mesías, sino que pareciera que la Tierra Santa se ha empeñado en llevar la contraria a todo lo que se predicó en ella. Paz, perdón y amor hoy se convierten de nuevo, en un conflicto que lleva ya 75 años, en guerra, rencor y odio.

Un conflicto de una complejidad política e histórica colosal que hoy adquiere un tinte rojo por las víctimas que ya ha habido y por las que seguramente vaya a haber. Un conflicto cuya complejidad dificulta también cómo posicionarse ante él; pero lo que jamás ha de faltar en nuestra oración son las víctimas inocentes (si es que acaso hay alguna que no lo sea).

Un conflicto de una duración tan larga ya que inevitablemente se nos acostumbra el corazón ante las noticias que nos llegan. E imagino que ante las que nos quedan por llegar, que parece que no van a ser pocas.

Ante este conflicto tan largo, complejo y lejano pareciera que hay poco que hacer; pero ante el dolor de la Tierra Santa como mínimo deberíamos formarnos para entender en la medida de lo posible lo que está ocurriendo. Deberíamos hacer un esfuerzo por no dejar que nuestro corazón se acostumbre a las noticias que llegan y llegarán, y no olvidemos a la gente que sufre las consecuencias del mismo; especialmente aquellos que decidieron adoptar la paz, el perdón y el amor, pero la Tierra Santa les impone guerra, rencor y odio.

Que nos duela la Tierra Santa que también es nuestra, porque ahí empezó todo, y que nunca olvidemos lo que en ella se predicó.

 

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