Estos días se celebra la cumbre del clima en Bakú, donde la comunidad internacional volverá a debatir sobre un problema latente de nuestro mundo. No obstante, a esta reunión no le faltan las incoherencias, donde países que juegan un rol crucial en el problema como Estados Unidos, China y Rusia brillan por su ausencia. Al ver este tipo de eventos se me vienen a la cabeza las palabras de San Ignacio, que decía que “más amor en las obras que en las palabras”; o lo que viene a ser lo mismo en este caso: “se predica con el ejemplo”.
El cambio climático es un grave reto, cuyas consecuencias tendremos que afrontar los jóvenes, y quizás solos. Lo preocupante de ello es cómo la élite política ha decidido afrontarlo: mediante el reproche, la regañina y el dogma. Estos instrumentos, en mi opinión, han suplido lo que eliminó en su día la secularización de la sociedad, imponiendo una nueva religión a través de una demagogia que sólo ha contribuido para echar balones fuera y culpabilizar al ente más débil a escala política, que somos, precisamente, los individuos.
Alternativamente, se podría promover una nueva cultura de corresponsabilidad para frenar el cambio climático, involucrando a todos los agentes de nuestras sociedades. Las potencias desarrolladas, a nivel estatal, deberían liderar este tránsito a un mundo más sostenible para evitar que los países en vías de desarrollo cometan los mismos errores que Occidente. Intramuros, la política tiene que orientarse a la colaboración entre sector público, privado e individuos y abandonar la reprobación de los discursos.
Sin embargo, tenemos que mantenernos optimistas. Cada vez más personas influyentes, no sólo los jóvenes, se dan cuenta del grave problema al que nos enfrentamos. El papa, por ejemplo, ya escribió en su exhortación apostólica Laudate Deum que el cambio climático es uno «de los principales desafíos a los que se enfrentan la sociedad y la comunidad mundial» y «los efectos del cambio climático son soportados por las personas más vulnerables, ya sea en casa o en todo el mundo». Ahora, como sociedad, nos toca proteger la Creación del desmoronamiento y rezar por ver el futuro con sus ojos.