¿Qué es un laberinto? Un lugar del que es difícil salir, y por el que no es fácil moverse. Un espacio plagado de encrucijadas, giros confusos, rincones absurdos o callejones sin salida. Un camino enrevesado.

El laberinto ha estado presente en muchas novelas y películas, casi siempre convirtiéndose en una prueba que hay que superar. Quizás el más famoso sea el laberinto de setos nevados por el que Jack Torrance (Jack Nicholson) persigue a su hijo Danny al final de la película El resplandor. Pero tras él ha habido más. En la tercera prueba del Torneo de los Tres Magos, Harry Potter tiene que llegar al centro de un laberinto para tocar la Copa de los Tres Magos. El laberinto se convierte en un espacio de violencia, duelos, muerte y victoria. También El corredor del laberinto juega con la idea de ese espacio amenazador y cambiante en el que cada recodo puede esconder un peligro.

Encontrar la salida. Esa es la meta. Dejar atrás la confusión, la incertidumbre, la sensación de pérdida. Eso es lo que motiva a los caminantes extraviados entre los recovecos, la convicción de que tiene que haber una salida, un espacio donde el horizonte se vuelva amplio y se puedan mover con libertad y sin la presión de este lugar del centro.

Pues bien, también tenemos dentro laberintos. Son distintos para cada persona. Dinámicas complejas, angustias, memorias, miedos, valores mal gestionados, vivencias que se nos atascan… A veces son tan invasivos que ni nos damos cuenta de andar perdidos. Pero están ahí. Y necesitamos encontrar la salida. Porque hay salida. En las próximas semanas vamos a ir tratando de ver algunos de esos mapas de dentro, con sus complejidades y tratando de descubrir las luces que nos pueden ir mostrando el camino hacia la libertad. Situaciones como la comparación constante, los miedos, la búsqueda de excusas, el rencor, el perfeccionismo o la banalidad, entre otras, quizás sean un buen espejo en el que poder reconocernos, y aprender algo de nosotros mismos.

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