Lobos o corderos ¿qué somos? Probablemente ni lo uno, ni lo otro; o unas veces lobos y otras corderillos. Dentro de cada corazón, de cada comunidad, de cada sociedad, pelean el lobo y el cordero.
El lobo puede ser lo adulto, lo sano, lo independiente y agresivo. Es capaz de tomar decisiones y llevar a cabo iniciativas. Su tentación es la autosuficiencia y las fantasías de omnipotencia. Quizá solo reconocemos a este lobo como plenamente humano. Pero allí está también nuestro miedoso, débil, dependiente y, a veces enfermo, cordero. Ese corderillo necesita cuidado y afecto, depende de otros para sobrevivir y sostenerse. Su tentación es ser pusilánime o autodespreciarse. Quizá es tiempo de reclamar a este cordero como parte de nuestra auténtica y completa humanidad. Si alimentamos sólo al lobo, nos encontramos sobrepasados y agotados. El lobo arrasa y devora al débil (devora incluso su propia debilidad). Finalmente queda también herido, hiriendo a otros y en soledad; necesita hacerse sencillo y escuchar a Jesús diciendo: venid a mí los cansados y agobiados que yo os aliviaré (Mt 11, 28).
Cuando sólo estamos pendientes del cordero, fácilmente nos victimizamos o nos rendimos ante la debilidad o la enfermedad. El corderillo encuentra también sus armas para herir a otros, para seguir ensimismado en sus propias heridas y para aislarse en soledad; también necesita escuchar: venid a mí… y encontraréis vuestro descanso (Mt 11, 29).
Jesús viene y trae un Reino de paz. El lobo y el cordero ya no serán enemigos sino aliados. Serán capaces de vivir juntos sin atacarse, sin temerse y sin ignorarse. Quizás será una paz distinta a la que imaginamos – especialmente si soñamos la paz como el triunfo definitivo del lobo – pero será más liberadora que nuestros propios sueños. Para nosotros esta armonía parece imposible: estamos heridos y divididos. Pero la gracia del Dios que viene en Jesús puede sanar esa herida, y unir lo que parecía separado para siempre. Los “lobos” y “corderos” que se enfrentan en nuestro corazón, en nuestras comunidades, en nuestro mundo, tienen distintos nombres y contenidos. Es necesario reconocerlos y admitir lo doloroso que es alimentar sólo a los unos o a los otros.
Y sobre todo, es tiempo de pedir a Dios que venga de nuevo a aliviar a los cansados y agobiados por la pelea, haciendo realidad su sueño.
Inspirado en Henri J. M. Nouwen, “Let your lion lie down with your lamb,” en The Inner Voice of Love, (New York: Doubleday, 1996) p.78.