Recuerdo la vez que escuché por primera vez a Daddy Yankee. Me lo enseñó mi amigo Carlos en un recreo de bachillerato. Lo que desconocía esa mañana fría en aquel banco es que la música de «The Boss» iba a acompañarme durante toda mi juventud de maneras muy diferentes. Bueno, a mí y a varias generaciones. Desde la Gasolina a Con calma. Por eso, el discurso de Ramón Luis Ayala Rodríguez (que es el verdadero nombre de Daddy Yankee, que obviamente he tenido que buscar en la Wikipedia) el otro día en Puerto Rico, me pareció una bomba.

«¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde la vida?».  Alucino. Escucho lo que dice Daddy Yankee y no puedo evitar transportarme al París de 1528, cuando un intrépido estudiante decide cambiar de vida a raíz de escuchar esta misma frase. Francisco de Javier queda marcado a fuego con estas palabras del evangelio de Mateo que le repite Ignacio de Loyola. Lo que resulta increíble es que no es algo anecdótico: Dios sigue cambiando vidas. Más de quinientos años después. Con las mismas palabras.

Porque es una verdad como una casa. Porque son palabras que no te dejan indiferente. Porque lo último que queremos es perder la vida. Y, sobre todo, porque ese Dios que las pronuncia le da igual si eres Daddy Yankee o mi amigo Carlos: nos desea y llama a todos por igual, a cada segundo que pasa. Por cierto, la canción que me puso mi amigo aquel día en el mp3 fue Llamado de emergencia. Qué curioso. ¿Hay alguna mayor emergencia que el llamado a no desperdiciar la vida? Y ahí estamos todos.

 

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