Una de las cosas que me enseña la Navidad es que la vida se hace en lo pequeño. Ahí se cumplen las promesas, ahí se hace real lo pregonado. Nuestro Dios no es un Dios de alfombras rojas. Es un Dios de «pesebre en las afueras», del asombro de quien siempre ha creído que lo importante debe ir acompañado de grandes bombos y trompetas.
Hoy quisiera hacer un recordatorio de las «pequeñas grandes cosas». No porque quiera enseñar nada a nadie, sino como manera de recordarme a mí misma una y otra vez lo que también El Principito nos señalaba: «lo esencial es invisible a los ojos».
En las últimas horas hemos oído determinadas palabras de la exalcaldesa de Pamplona que no han dejado indiferentes a nadie. Más allá de sus palabras, de lo que quiso decir, de lo que se entendió, del efecto de las mismas y de las opiniones de todos los colores que han levantado (nunca me ha parecido más adecuada que ahora la expresión «de todos los colores»), a mí me han hecho reflexionar acerca de las personas que hacen que el mundo funcione desde lugares muy pequeños. Incluso me atrevería a decir que son lugares que, muchos de nosotros, no escogeríamos.
No todo van a ser carreras universitarias ni grandes oficios. Hay trabajos que, desde la sencillez y la cotidianidad, despiertan el mundo, lo ponen a funcionar, y hacen posible que el trabajo de muchos otros se pueda hacer. Los que hacen posible que nos encontremos las calles limpias, el pan preparado para el desayuno, el transporte listo para llevarnos al trabajo. Los que hacen que, cuando volvamos a nuestros respectivos trabajos, todo esté como si allí nadie hubiera trabajado antes ni pisado el suelo. Y los que hacen también posible que dicho trabajo nos sea más llevadero porque recogen nuestros hogares. Los que recogen los frutos del campo bajo un sol de justicia, los que arreglan las carreteras, los que salen a alta mar a pescar, los que llevan al ganado a pastar, los que cardan la lana sin llevarse la fama.
Hay que volver a lo pequeño. Como el bailarín que vuelve a la barra de ballet una y otra vez para afinar su técnica, nosotros hemos de volver una y otra vez a lo pequeño para reconocer lo verdaderamente importante. Dios así lo hizo, naciendo en un portal, creciendo en un humilde hogar de la pequeña Nazaret, con una madre dedicada al hogar y un padre carpintero. Ahí, en lo pequeño, donde «se limpian escaleras», sucede la vida. Y ahí, si lo procuramos, ocurre la salvación.