Antonio José Bolívar, en su aldea perdida de la Amazonia, lee novelas de amor «del verdadero, del que hace sufrir», que le trae el itinerante dentista Rubicundo Loachamín. Ve llegar cazadores pretenciosos, que violan las leyes de la Selva para cazar porque sí. Se ríe de la pomposidad del alcalde venido de la ciudad, La babosa, le llaman en la aldea, un hombre que no parece entender dónde está. Y ahora tendrá que cazar al tigre, porque un blanco fanfarrón le ha matado las crías inútilmente.
«La maestra, no del todo conforme con sus preferencias de lector, le permitió llevarse el libro, y con él regresó a El Idilio, para leerlo una y cien veces frente a la ventana, tal como se disponía a hacerlo ahora con las novelas que le trajera el dentista, libros que esperaban insinuantes y horizontales sobre la alta mesa, ajenos al vistazo desordenado a un pasado sobre el que Antonio José Bolívar Proaño prefería no pensar, dejando los pozos de la memoria abiertos para llenarlos con las dichas y los tormentos de amores más prolongados que el tiempo».