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Gordon Comstock es un tipo peculiar. Prefiere un trabajo que apenas le da para vivir a un puesto bien remunerado en una empresa de prestigio, con tal de escapar por completo de lo que más detesta: el dios dinero. Pero pronto verá que ser fiel a sus principios no es una tarea nada fácil.

El protagonista de esta novela puede ser, en ocasiones, realmente frustrante. Incluso aunque pudiéramos compartir sus críticas al sistema económico y social, es difícil no pensar que su obstinación en ser fiel a sus principios lo lleva, poco a poco, a la autodestrucción. Pero él no parece darse cuenta. Quiere escapar del dinero, y se hace más pobre. Y cuanto más pobre, más odia el dinero y esclavo de él se ve: no tiene apenas para vivir, se siente despreciado por sus amigos más pudientes y rechaza toda ayuda que le intentan prestar, tomándola por simple limosna; empieza a pensar que su novia no querrá estar con él por la falta de dinero y se ve, cada vez más, condenado a una vida de desesperanza. A él le parece que es el precio a pagar por su libertad, pero cada paso que da lo hace menos libre.

Más allá de las ideas políticas y económicas del propio autor, que en buena medida están reflejadas en sus páginas, esta novela es una llamada a la reflexión. No sólo sobre la pobreza y la exclusión social, sino también sobre lo difícil que puede ser en ocasiones ser fiel a los principios, a todo aquello que para nosotros pueda ser innegociable. ¿Hay que ser fiel a ellos a toda costa? ¿O es mejor un término medio? ¿Cualquier posición intermedia no es, en el fondo, una renuncia a nuestras ideas? Y si nuestros principios estuviesen equivocados, ¿cómo nos damos cuenta? ¿No nos hará caer esto en el relativismo, en el nihilismo? Quizá no haya respuestas fáciles. Este libro, al menos, nos puede ayudar a plantearnos las preguntas.

«Los siguientes siete meses fueron devastadores, siete meses en los que el miedo fue su compañero inseparable y en los que su determinación casi se quebró. Aprendió lo que significaba vivir semanas enteras a base de pan y margarina, intentar “escribir” medio muerto de hambre, remendar sus ropas, escabullirse escaleras arriba cuando se deben tres semanas de alquiler y la casera está ojo
avizor. Además, durante esos siete meses apenas escribió nada. El primer efecto de la pobreza es que mata el pensamiento. Se percató, como si de un nuevo descubrimiento se tratase, de que el simple hecho de carecer de dinero no brinda la posibilidad de zafarse de él. Todo lo contrario: te conviertes en su esclavo mientras no tengas lo suficiente para vivir». (p. 65)

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Editorial

Debolsillo

Año de publicación

2014

Páginas

304

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