Porque todo cristiano está llamado a ser misionero, agente de pastoral en su entorno. Pero, muchas veces la realidad en la que vivimos puede desanimarnos de esta bonita tarea o hacer que nos refugiemos en torres de marfil que pertenecen a un pasado que no existe ya. Conviene por tanto conocer bien el campo en el que se libra nuestra actual batalla, para poder así dar lo mejor de nosotros mismos por el Reino.
El que la pastoral hoy pasa por una de sus más grandes crisis es un hecho. Armando Matteo no lo oculta ni lo edulcora, sino que lo presenta con datos y reflexiones que nos hacen ver que la evangelización, al menos en Occidente, se encuentra en un momento sumamente delicado en el que no pueden aplicarse las soluciones de ayer o echando balones fuera para tratar de sostener lo que tenemos entre manos. El autor nos hace darnos cuenta de que nos encontramos en un cambio de época en el que no sólo son los interrogantes del hombre de hoy los que han cambiado, sino que su modo de pensar, de vivir y de situarse en el mundo es completamente diverso de aquel que subyace en el humus de nuestros esquemas pastorales. Ya nadie se hace muchas de las preguntas a las que tratamos de responder, porque las personas de hoy tienen otros puntos de interés derivados de una concepción de la vida que busca la juventud como valor supremo y retrasa lo más posible aquellas realidades y condicionantes en los que se basa la propuesta cristiana. Se trata pues de un estudio que no busca tanto ofrecer las respuestas o las claves prácticas para la evangelización de hoy (aunque esto no excluya la presentación de una serie de propuestas). Sino que pretende presentar la realidad en la que nos movemos sin dulcificarla, para así poder actuar en ella. La realidad de una Iglesia que decrece y, también la de una sociedad difícil como la nuestra.
No podemos pensar en la acción pastoral según el axioma: «Sé adulto y serás cristiano». Urge hacer un cambio y establecer, como principio fundamental de la mentalidad eclesial que ha de guiar a la comunidad eclesial que ha de guiar a la comunidad eclesial más allá de los abismos de la hora presente, otro axioma: «Sé cristiano y serás adulto». Ésta es la «revolución copernicana» a la que resulta impostergable someter la mentalidad pastoral recibida: ya no podemos apostar por esperar a entrar en la edad adulta para hacernos cristianos, es decir, para comprender la conveniencia de las prácticas y palabras cristianas para una vida dignamente vivida. Hay que poner en primer plano la tarea de crear las condiciones para que todo aquel que entre en la realidad concreta de la vida eclesial pueda llegar a ser cristiano. Y, para llegar a ser también adulto (p. 75).