Dice un dicho popular que en todas las familias cuecen habas. Bonita forma para decir que en todas las familias suceden cosas, algunas más agradables, otras mucho menos. Esta novela de Landero tiene la capacidad de hacernos sumergir en la familia de Gonzalo, Aurora, Andrea, Sonia, Horacio y la madre. Todas las vidas, por separado, tiene un punto en común. En un momento de su historia, la familia lo era todo y lo condicionó todo. El relato que se nos presenta nos puede ayudar a revivir nuestra propia historia familiar. Acoger sus dramas y agradecer sus alegrías. Entre los personajes van sucediendo hechos diversos que con facilidad, a nosotros como lectores, se nos pueden iluminar vivencias personales. Está escrito con maestría y creatividad. No es una narración simple de una historia familiar. Landero muestra aquí la capacidad de dar voz a cada personaje, hacerles hablar y mantener esa tensión sana que hace que todo lector acaba dialogando también con cada uno de los protagonistas que conforman esta familia. No te dejará indiferente si te adentras en la historia. Seguro que encontrarás momentos para agradecer y para pedir perdón, por mil y una historias vividas en familia.
«Parece que la tarde se ha detenido en una penumbra vagamente dorada. Sentada en su silla de profesora, un codo en la mesa y la cara vencida sobre la palma de la mano, escucha el relato que le va contando su memoria, retazos del pasado que no sabe cómo armar para darles un sentido, una unidad, algo que la ayude a entender cómo ha sido su vida y qué puede esperar ahora del porvenir. Si tuviese a alguien a quien contarle sus recuerdos, una Aurora que la escuchara y acogiera con gusto sus palabras, quizás lograra comprender algo, o al menos desahogarse y aliviar esta pena que desde hace tiempo ya la carcome por dentro». (p. 109)