Entre esos supervivientes estaba Primo Levi, judío y partisano italiano, al que habían deshauciado y al que, paradójicamente, su mala salud salvó la vida. Dieciesete años después, en Turín, Levi rememora a lo largo de tres libros el año pasado en el Lager. Este es el segundo de ellos, en el que cuenta una peripecia poco conocida de los supervivientes, el largo regreso a casa, que para muchos de ellos fue un viaje hacia ninguna parte, porque la guerra les había dejado sin casa a la que volver. Levi es un testigo lúcido, desapasionado a veces, tierno otras, irónico y penetrante, siemptre inteligente. El testimonio de Levi es el de la Humanidad firmemente decidida a resistir a toda costa, la Humanidad con la que no puede la barbarie por atroz que ésta sea.
Hurbinek, que tenía tres años y probablemente había nacido en Auschwitz, y nunca había visto un árbol; Hurbinek, que había luchado como un hombre, hasta el último suspiro, por conquistar su entrada en el mundo de los hombres, del cual un poder bestial lo había exiliado; Hurbinek, el sinnombre, cuyo minúsculo antebrazo había sido marcado por el tatuaje de Auschwitz; Hurbinek murió en los primeros días de marzo de 1945, libre pero no redimido. Nada queda de él: el testimonio de su existencia son estas palabras